C'est moi



Je veux de l'amour, de la joie, de la bonne humeur... découvrir ma liberté... bienvenue dans ma realité.

domingo, 29 de noviembre de 2009

When it's over, is it really over?

Mi mamá solía decirme que apenas cumpliera 15 años el tiempo parecería encogerse y escaparse de mis manos. Como con todo lo que dicen los papás, no le creí hasta que cumplí 15 y sus palabras resultaron proféticas. Desde entonces parece que cada año es más corto que el anterior, que cada etapa termina más rápido que la pasada y que cada vez tenemos más días en nuestro historial, sin saber exactamente en qué momento fue que se acumularon. El tiempo es extraño; puede encogerse cuando queremos que se alargue y alargarse cuando queremos que se encoja. Parece que no podemos hacer nada al respecto y que estamos completamente a merced de sus cambios de humor. No obstante, siempre queda la opción de aprovechar cada segundo y así evitar los “hubieras” en el futuro.

La semana pasada fue la de los “últimos”: último semestre, último seminario, última comida en la cafetería, última clase… Por fin llegó un día que se veía muy lejano; la primera de todas las líneas de meta que habremos de cruzar en los próximos años. Con una mezcla de emociones, entre alegría, tristeza y nostalgia, me sorprendí de ver lo rápido que pasaron estos años y me da pavor pensar en la velocidad con la que pasarán los que están por venir. El tiempo no parece suficiente para alcanzar todos los sueños y propósitos y, además, divertirse en el camino.

La conclusión de algo significa el inicio de algo nuevo; sin embargo prefiero verlo como una transición un poco más sutil donde no se trata de cerrar un capítulo y empezar uno nuevo ni de cerrar una puerta permanentemente. Prefiero ver el recorrido como un largo sendero en el que hay varias etapas, distintas y similares a la vez, en el que, a pesar de siempre ir hacia delante, no se niegue la posibilidad de mirar hacia atrás, recordar y volver a vivir. El extraño comportamiento del tiempo, ese que logra que los últimos tres años parezcan “ayer” y que “mañana” pueda equipararse al próximo año, tiene la virtud de mantener frescas en la memoria las primeras impresiones, las ilusiones, los objetivos, los sueños, los desafíos, las alegrías, las tristezas, las decepciones, los momentos de mayor sufrimiento y las satisfacciones que les siguieron… todo ello útil para hacer un balance cuando una etapa parece concluir.

Comúnmente se dice “esto no acaba hasta que se acaba”. ¿Cuándo llega ese momento? ¿Llega ese momento? ¿Las cosas acaban definitivamente? Si siempre tenemos la oportunidad de crecer, aprender, conocernos, retarnos, cambiar y, a veces, arrepentirnos, creo que nada “acaba”. Se trata, entonces, de un proceso de continua construcción que nos forma como personas a cada minuto. Estoy convencida: lo que somos hoy depende de lo que fuimos ayer, de lo que experimentamos, de las personas que conocimos, de lo que compartimos con ellas y de las veces en que llegamos a pelear. De esta forma, nada termina, nadie sale completamente de nuestras vidas, todos llevamos algo de alguien más, por lo que esas puertas jamás podrán cerrarse.

En esta semana de “últimos” no concluyo nada, solamente doy un paso más adelante. Me llevo algo de todos y espero haber dejado algo de mí en todos. Esto no acaba hasta que se acaba… y siendo como somos, creo que no acabará nunca.


jueves, 12 de noviembre de 2009

Choices

Recuerdo algún día del último año de prepa en el que, inmersos en la confusión, escuchamos gran cantidad de conferencias, consejos y pláticas de orientación profesional. Ese día un economista, vendiendo su profesión, definió la economía como “el arte de decidir qué hacer con los recursos que tenemos”. No estudié economía y en realidad no me gusta, pero debo admitir que esas palabras se quedaron en mi mente, aunque no para definir tan compleja ciencia social, sino para referirme a la, aún más compleja, vida. Hace un par de días, mientras fumaba en un descanso que decidí tomar después de haber corrido todo el día y cuando no estaba remotamente cerca de dejar de hacerlo, me puse a pensar al respecto. En realidad, las primeras preguntas que pasaron por mi cabeza fueron “¿qué necesidad tengo de estar aquí? ¿por qué debo ser ajonjolí de todos los moles? ¿cuándo podré estarme quieta? Y la respuesta vino sola: si no hubiera estado ahí en ese momento, corriendo, con miles de cosas en la cabeza y pidiendo al mundo que se detuviera para poder bajarme, estaría sentada preguntándome cómo sería estar corriendo y lamentándome por no hacerlo.

La vida está llena de opciones; es un recorrido en el que cada segundo se nos presenta una bifurcación en la que, forzosamente, hay que escoger un camino. Es imposible saber qué hubiera pasado si hubiéramos escogido el otro sendero porque, por más que lo imaginemos, jamás podremos estar seguros pues no lo vivimos, no lo sentimos, no lo sufrimos, no lo aprendimos y no lo disfrutamos. Lo que es seguro es que cada sendero significa una nueva lección, nuevos retos, nuevos conocimientos y, lo más importante, vernos crecer de formas que jamás hubiéramos imaginado. Hay senderos que nos llevan al reconocimiento, el mejor del cual viene de quien jamás lo hubiéramos pensado; algunos otros terminan en algún tropiezo o simplemente se quedan inconclusos como consecuencia de haber decidido tomar un camino nuevo.

La mayor complicación, a veces, no es escoger, sino creer que hemos errado en la elección y darnos cuenta de que, al menos en ese momento, no podemos dar marcha atrás, tirar la toalla, renunciar, deslindarnos de nuestras responsabilidades y sentarnos a contemplar cómo el mundo sigue girando. En esos momentos, en este momento, sólo queda redoblar esfuerzos y tomar, como dicen, al toro por los cuernos. Al final, afortunadamente, llega el tiempo de ver el fruto de nuestros esfuerzos y, con una sonrisa en el rostro, celebrar una experiencia más con todo lo que ella implica.

En este proceso de constantes elecciones, cambios y crecimiento, he llegado a pensar que todos somos economistas. Todos practicamos a diario ese arte de decidir qué hacer con los recursos que tenemos. Lo mejor de todo es que esos recursos, en términos económicos, son más flow que stock, pues cada nueva experiencia nos deja algo nuevo que, con toda seguridad, podremos utilizar la siguiente vez que decidamos asumir un nuevo reto, más grande, más difícil.

La vida está llena de opciones. Creo que es parte inherente de ser humano. Mi elección es estar en dónde estoy ahora, con planes, recuerdos, incertidumbres y retos. No sé qué nueva bifurcación se pondrá mañana ante mí, pero sé que jamás estaré quieta… por más que a veces sienta que debo bajar el ritmo, estoy conciente de que no es algo que en realidad quiera hacer. Mi elección es estar en movimiento, montarme en el tren de la vida y no quedarme en ninguna estación contemplando cómo se va sin
mí.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Pintando rayas claras

We learn to be right and to make everyone else wrong. The need to be right is the result of trying to protect the image we want to project to the outside. We have to impose our way of thinking, not just onto other humans, but even upon ourselves.


Dicen que cada cabeza es un mundo… y estoy completamente de acuerdo con ello. El problema es que todos esos mundos deben convivir y relacionarse en vez de permanecer cada uno girando en su propia órbita. Hay mundos con los que somos más afines, otros que nos interesan, algunos que nos gustan más de lo debido y muchos que jamás desearíamos explorar; hay mundos que nos hacen sentir bien, otros que nos motivan a aprender más y asumir nuevos retos, algunos que parecen permanecer estáticos hasta el momento en que se les necesita y muchos que insisten en meterse en medio y forzarnos a cambiar de órbita. Si la Tierra no ha chocado contra Marte en miles de millones de años, ¿por qué los seres humanos se empeñan en colisionar en cada oportunidad que se les presenta? ¿En qué momento se volvió una necesidad estar en constante alerta y toreando posibles amenazas que puedan presentarse en nuestro camino? ¿De qué manera podríamos activar alguna fuerza opuesta a la gravedad que aleje a quienes se esmeran en criticarnos?

Ayer mi hora de la comida fue aderezada con suposiciones insostenibles, acusaciones infundadas y preconcepciones injustificadas (sí, muchos “in”). Los comensales en mi mesa sugirieron, en repetidas ocasiones, que bajara la voz, pues mi defensa había comenzado a ser un grito constante. Lo siento, no puedo quedarme callada. Soy de esas personas que gritan cuando no las dejan hablar y, más aún, cuando cuestionan cualquier palabra que salga de su boca. Sin embargo, mis gritos no se dirigen tanto a defender mis puntos de vista, sino a abogar por algo mucho más grande y que cualquier persona con un mínimo de sentido común debería defender: el respeto. No quisiera hacerlo, pero en este punto no puedo más que citar a Juárez (obra del gran sistema educativo mexicano que nos mete esta célebre frase hasta por debajo de la almohada): “el respeto al derecho ajeno es la paz”… o la oportunidad de no amargarse una comida de por sí mala.

He de aclarar que disto mucho de ser sociópata; me encanta rodearme de gente, platicar, convivir, compartir experiencias y escuchar diferentes puntos de vista. No obstante, me caracteriza la tolerancia y, como buena liberal, estoy convencida de que cada individuo es libre de pensar y actuar como le plazca. Tampoco estoy en contra del activismo social, de que una persona sea libre de pregonar sus creencias e incluso de que intente convencer a los demás. Sin embargo hay algo que nunca he tolerado y jamás voy a tolerar (trauma de mi infancia, probablemente) y es que alguien me diga: “tú estás mal”, así, sin más, sin argumentos convincentes ni explicaciones bien fundamentadas. Si de eso se trata, que tal que mejor contesto: “no, tú eres el que está mal”… y a ver a dónde llegamos con eso.

La tolerancia no significa debilidad del pensamiento; la intolerancia, por el contrario, muestra, al menos desde mi punto de vista, una gran inseguridad y la incapacidad de aceptar que nuestras ideas no rigen al mundo, lo cual al final de cuentas significa la total negación de una de las principales características de nuestra humanidad: la convivencia en sociedad. No se trata de estar siempre de acuerdo, sino de aceptar que hay otros puntos de vista, los cuales son válidos por más opuestos que sean a nuestra forma de pensar. Y, en todo caso, si la forma de pensar y de vivir de alguien más nos parece la estupidez más grande el planeta, lo mejor que podemos hacer es pintar nuestra raya y seguir cada uno por su camino. No es del todo ingenuo pensar que nuestros argumentos pueden cambiar las ideas de alguien más, siempre y cuando sean eso “argumentos” y no acusaciones al aire, fuera de contexto, falsas en muchos casos y completamente inútiles.

Respeto, a este respecto, significa para mí la oportunidad de que cada quién piense lo que quiera y actúe en congruencia. Yo intento practicar este credo, ¿y los demás?

miércoles, 14 de octubre de 2009

Si no lo tienes, más lo quieres


Ahí estaba… En medio de tigres y osos tontos, solito, sentadito, con su cara triste y sus orejas caídas. Juro que me estaba viendo; era el único que quedaba y quería que me lo llevara. Era perfecto, perfecto sólo para mí. No era el mismo de siempre, pues esta vez sostenía la inicial de mi nombre, color rojo encendido, entre sus patas, como si fuera un regalo con mi nombre escrito en él. Miré a mi alrededor y no había nadie. Ni una sola persona que quisiera ganármelo e impedirme tenerlo; pero tampoco había alguien que lo eligiera para mí, que lo viera pensando en mí y decidiera que yo era la única que podía tenerlo. Y entonces me alejé… lo abandoné entre los otros animales, entre otras letras que no son las mías. Di la vuelta y me resigné a que nunca conocería mi recámara, mi cama o mis brazos en las noches en que decido abrazar algo. En el camino de regreso fue que se me ocurrió ¿lo quería a él, con todo y sus ojos tristes, o más bien quiero a alguien que me lo regale con una gran sonrisa en los labios?




jueves, 24 de septiembre de 2009

México ¿lindo y querido?

Aún no acaba el mes patrio, por lo que este post no está fuera de lugar. Aunque, en realidad, debería preguntarme ¿por qué he de justificar escribir sobre México con el argumento de que estamos en este mes tan importante en nuestra historia? La respuesta, tristemente, es que pocas veces sentimos un gran patriotismo, un orgullo genuino, por este país, por su gente, su historia, sus costumbres, su comida… su todo. Por lo general vivimos viendo lo malo, cuestionando cualquier cosa y nada, quejándonos de todo y, en algunos casos, deseando poder salir corriendo de aquí a la primera oportunidad. Y no estoy negando que hay muchas cosas en México que están mal, terribles; sin embargo, llega a ser reconfortante cuando podemos apreciar verdaderamente todo lo bueno que tiene y, más aún, compartirlo y presumirlo con gente que no lo conoce.

Durante el último mes, en una experiencia de guía de turista permanente, descubrí lo divertido que puede ser contar la historia de mi país y lo mucho que se puede aprender cada vez que, por ejemplo, visitamos el Centro Histórico de la Ciudad de México. En estos días fui constantemente cuestionada sobre la forma de vida de los mexicanos y los aspectos más cotidianos de ella; en el acto me descubrí argumentando fervientemente a favor de México. Me di cuenta de que, tristemente, todavía hay muchísima gente en el mundo que piensa que “el mexicano” equivale al indio abajo del nopal, a que en ninguna forma se puede hablar de un mexicano rubio y que es completamente incomprensible pensar que nuestro presidente no sea de piel oscura. Sí, por más inverosímil que suene, hay personas del otro lado del charco que me preguntaron y se sorprendieron con respecto a estas cuestiones y otras similares.

Hace un par de semanas, en una de esas experiencias que cambian nuestras perspectivas de todo, después de haber visto una presentación del Ballet Folklórico de Amalia Hernández ante más de 1000 visitantes extranjeros, descubrí que hay momentos en los que uno se siente completamente orgulloso de su país y disfruta al ver las caras de admiración y asombro de los extranjeros que no esperaban encontrar algo así en estas tierras aztecas. Conversando sobre este sentimiento con una amiga, llegamos a la conclusión, triste o decepcionante tal vez, de que nosotros podemos criticar todo de México eternamente, pero jamás permitiremos que alguien más lo haga, que alguien ataque sus costumbres, su esencia.

Probablemente México esté en un gran hoyo negro que a muchos preocupa, frustra, decepciona y enoja; no obstante no deberíamos olvidar todo lo bueno que tenemos para presumir, disfrutar y admirar. No debemos esperar a que llegue un extranjero a criticarnos para defendernos. No debemos sentirnos patrióticos sólo un mes al año. Finalmente de aquí somos y aquí vivimos; a disfrutarlo y, por difícil que resulte a veces (muchas veces), ver el lado bello y sonreír al respecto.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Last words

Ayer me hicieron pensar en ti; intentaron convencerme de que no te he superado, de que si sigo gritando a los cuatro vientos que no te soporto es porque aún me importas. Lo sigo afirmando: no te soporto; y lo sigo negando: no me importas. He pasado por muchas etapas desde que nos separamos… demasiadas. Pero ¿qué crees? He llegado a donde quería estar, a donde nunca me dejaste llegar, a donde no dependo de ti para ser feliz, ni de tu aprobación para iniciar un nuevo proyecto. ¡Veme, mírame brillar! Comprueba que estabas equivocado, que cualquier momento es bueno para brillar, que estoy en mí momento para hacerlo y que así será toda la vida… Estoy brillando, luchando, creciendo, sin ti y muy a tu pesar.

No, ya no me importas, ya no me afectas. Y si tengo que seguir dando argumentos sobre lo mucho que te detesto no es por otra cosa, sino por la simple razón de que te tengo que seguir viendo… Pero, lo siento, dejé de hacer muchas cosas por ti y esta no será una más. Si eso significa seguir conviviendo contigo, que así sea… puedo manejarlo. Puedo manejar tus inseguridades, que tapas con presunciones banales; puedo manejar tus comentarios al aire, dirigidos a mí, para que sepa lo “maravilloso” que te encuentras; puedo manejar que me restriegues en la cara tus nuevas y viejas amistades… Puedo manejarlo todo.

Y esta es la última vez que ocuparás mi pensamiento. Ya no eres un cajón que permanecerá cerrado por un tiempo… Has logrado llegar al archivo muerto, el que nunca vuelve a abrirse, el que espera a que pase el camión de la basura para irse por siempre. Me quedo, sin embargo, con una cosa: la enseñanza de no volver a permitirme estar con alguien como tú… Merezco más, mucho más. Y lo voy a encontrar, a mi modo, con mis trivialidades y gustos, que nunca fueron buenos para ti. Jamás volveré a cambiar por alguien… y menos en la forma en que me hiciste cambiar tú.

Y no, no te odio... el odio es un sentimiento, y en mí no hay lugar para el más mínimo sentimiento hacia tí.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Nuevas experiencias, nuevas perspectivas

Y estas son algunas experiencias de los últimos días:

1.- Una mujer nacida en 1950 hablando de cómo su sueño era ser rica para tener un refugio antibombas en su casa a fin de proteger a su familia, sin estar segura de querer salir a un mundo post bomba atómica.

2.- Un grupo de jóvenes amarrando listones en un obelisco dedicado a la paz.

3.- Un par de vueltas por Reforma en el que concluimos que no queremos llegar a dar la respuesta que tantas veces hemos escuchado: “mi generación lo intentó y no pudo; ahora les toca a ustedes, tengo confianza en los jóvenes.”

4.- Una distancia verdaderamente pequeña entre Ban Ki-Moon y yo y la sensación de saber la importancia de ese hombre y lo poco que le importa a tanta gente que conozco.

5.- Un mal cálculo de edad a una señora que bailaba cumbia mejor que muchos de nosotros; yo le calculé 56 como máximo… tenía más de 80.

6.- Un discurso, interrumpido mil veces por aplausos, de un hombre muy joven que ha cambiado muchas cosas grandes en Costa Rica.

7.- Un símbolo humano de paz coordinado desde una terraza y realizado después de muchos gritos bajo el sol.

8.- Un listón y una hoja amarrados con deseos que vuelan en el aire… muchos los criticarán, pero nunca entenderán la energía del momento.


Hoy, después de haber corrido toda una semana creyendo que podía cambiar el mundo, tengo una serie de sentimientos encontrados. Aún no terminó de digerir todo lo que vi, escuché, leí y aprendí en estos días. Sin embargo, estoy convencida de que no estoy sola; la experiencia sirvió para demostrar que un pequeño cambio, una pequeña idea, en un pequeño grupo de personas puede iniciar algo… ¿grande? no lo sé aún.

Un amigo (el que se encuentra muy lejos) me dijo que le daba gusto verme tan movida, pues significaba que no me quedaría esperando. Cuando pedí una explicación sobre su comentario me dijo algo impresionante, arrollador: “a la gente que espera se le va la vida.” En definitiva, no creo que a mí se me vaya la vida; no obstante, me asusta ir por la vida, nada más… Me asusta no saber que estoy logrando algo, que estoy creciendo y cambiando, que estoy dejando una pequeña huella. Me asusta voltear hacia atrás y ver logros aislados, pero nada interconectado; descubrir que después de tanto movimiento terminé parada en el lugar donde empecé. Me aterra, sobre todo, terminar sumida en la inercia del entorno, darme por vencida y convencerme de que las cosas no van a cambiar, que no las puedo cambiar.

Pero, por otro lado, me entusiasma ver a gente que piensa igual que yo; gente que siente y se mueve como lo hago yo. Me motiva pensar que, aunque sea por un segundo, estuvimos convencidos de que podemos cambiar el mundo… y de que lo cambiaremos. Hoy me definí como una “wilsoniana con frustraciones”, y supongo que lo seguiré siendo toda mi vida… lo importante es no dejar que las frustraciones me superen, pues ahí será cuando todo estará perdido.

Esta semana fue de las más intensas de mi vida, pero también una de las mejores experiencias. Y lo mejor de todo fue la oportunidad de conocer a personas increíbles en el camino; personas que pretendo seguir viendo, con las que espero seguir trabajando, soñando y luchando. Porque cualquier gran cambio empieza con uno pequeño; porque cualquier gran acción empieza por una pequeña; porque cualquier gran idea inicia con un pensamiento echado al aire en cualquier momento; porque, en lo que digiero todo esto, no pretendo perder la energía que adquirí en estos días.

Hay experiencias que nos hacen crecer, otras que nos ponen a pensar, y algunas más que nos obligan a torcer un poco el rumbo… Pero pocas veces en la vida tenemos experiencias que cambien completamente nuestra perspectiva de tantas, tantas cosas.


domingo, 6 de septiembre de 2009

Cosas del destino

Fate is not satisfied with inflicting one calamity
—Publilio Siro

Hay días en que simplemente parece que no podemos planear nada, que no podemos tener control sobre nuestro camino. Hay veces que resulta imposible comprender la razón de los acontecimientos, su injusticia y la forma en que pueden echarnos a perder un momento importante. Hay momentos, muchos, en que sentimos que no podemos escoger el rumbo, los horarios, las actividades… todo parece estar diseñado por una fuerza superior que, simplemente, nos limita a una posición reactiva. Esa fuerza, esa cadena que nos encierra en su campo de atracción y nos condiciona a la resignación se llama, comúnmente, destino.

Hay un gran debate sobre si el hombre hace su propio destino o si, por el contrario, cada ser ya tiene una ruta predeterminada y no le resta más que caminarla sin quejarse. La discusión gira en torno a si hay un algo superior que nos ha impuesto una “misión” o si, por el contrario, cada acto y opción que escogemos en la vida nos determina como personas y nos construye—destruye y reconstruye—cada día. En lo personal, creo que pertenezco al grupo de los que afirman que cada cual crea su propio destino; todos tenemos la oportunidad de escoger nuestro camino y las consecuencias son enteramente nuestra responsabilidad. En todo caso, pensar que hay un destino predeterminado para cada uno de nosotros me parece algo simple, derrotista, mediocre, chafa… completamente sin sentido. Pues, ¿qué sentido podría tener vivir y disfrutar de este andar por el mundo si no fuéramos capaces de escoger la meta hacia la que nos encaminamos?

Sin embargo, hay días que la mentada fuerza del destino parece existir y se deja sentir con todo su peso en nuestros hombros. Generalmente son días en que todo está planeado, todo es perfecto, todo resulta armoniosamente ordenado y nada puede salir mal. Entonces, algo fuera de nuestro control sucede, echa todo a perder, voltea las cosas de cabeza y nos cambia completamente el panorama. Esos son los días en que preguntamos ¿por qué hoy? ¿por qué a mí?, claramente, sin poder hallar ni media respuesta convincente. Son esos los días en que daríamos cualquier cosa por tener la habilidad de viajar en el tiempo y cambiar el pasado; de encontrar ese pequeño detalle equivocado que, cual efecto mariposa, modificó todo en una medida casi incomprensible.

Lo más curioso de esos días es que en medio de nuestra frustración/desesperación/decepción/enojo con la vida y las fuerzas malignas del universo, la gente que nos quiere intenta calmarnos diciendo aquella simple frase de “las cosas pasan por algo, tal vez era mejor así”. Pero no, en esos momentos, “así” no puede ser mejor… de ninguna manera, en ningún sentido.

Finalmente, sabemos, llegará la resignación de que, aunque hagamos nuestro propio camino, hay cosas que nuestras manos no controlan y que no queda más que aceptarlo. No obstante, siempre queda la duda sobre si, en alguna forma bizarra que jamás lograremos comprender, las cosas sí fueron mejor “así”… Nunca podremos saber qué hubiera pasado si el destino no hubiera provocado una calamidad tras otra. Las lágrimas dejan de correr en algún momento, la imaginación vuelve a volar y, con suerte, la esperanza regresa a nuestro corazón.


miércoles, 2 de septiembre de 2009

It's so rock and roll to be alone

Y esta es la primer entrada que escribo como sale, sin pensarla, sin planearla, sin buscar probar algo… sólo lo que siento y pienso en este momento. ¿Verborrea? Puede ser…

Estoy intentando leer, cosa que no hacía, por diversas causas, desde hace un par de semanas… Intento leer, concentrarme y entender las letras, las palabras que recorren mis ojos, las ideas que deben quedarse en mi mente y tener algún tipo de sentido… Estoy intentando leer, pero no puedo. Mi lectura se interrumpe a cada segundo, cada que una imagen, que ya no sé si es real o imaginaria, atraviesa mi cabeza. Todo lo que pasó, lo que no pasó, lo que quería que pasara y lo que me niego a aceptar que va a pasar. Todo se mezcla en mi cerebro. Todo me distrae y me pone a pensar. Todo lo que pienso me confunde. Y la confusión me distrae, me hace dejar la lectura, perder la mirada en la nada, flotar en un mar sinsentido y preguntarme infinidad de cosas que no puedo responder.

Hoy tenía que ser el día… hoy era mi momento. Pero, como siempre, una muralla se me puso enfrente, un peso enorme se amarró a mis pies, un lazo invisible me ató los brazos y una fuerza superior impidió que abriera la boca.

Y, pese a todo, no estoy triste ni desesperada, no estoy completamente desilusionada. Sentí algo… algo real, un poco cobarde, pero real. Nervios, emoción, miedo, felicidad, nostalgia, deseo, ¿frustración?, un poco hay de eso.

Y mejor dejé de leer y me puse a pensar, a imaginar, a flotar… No es gran cosa, no es novedad que el tiempo se equivoque y nos traicione, pero no lastima… pues, como me dijeron hoy, siempre está la esperanza. La esperanza puede volverse un motor, una fuerza, un impulso que ayuda a esperar y seguir adelante, por contradictorio que eso suene.

Muchos me entienden, muchos no me entienden… sólo nosotros podremos descifrarlo algún día, pero me queda claro que aún no lo sabemos. ¿Tenemos miedo?


lunes, 31 de agosto de 2009

Singing in the rain

Nunca me ha gustado la lluvia. Por lo general no me gusta mojarme, que se ondule mi rebelde pelo, que se ensucien mis largos pantalones y que se afloje mi entallada ropa. Cuando llueve prefiero estar en casa, tapada hasta la nariz, con un chocolate caliente en la mano y una buena película en la televisión mientras las gotas escurren por mi ventana. Sin embargo, en circunstancias muy específicas, una noche lluviosa puede ser el escenario perfecto para una gran experiencia. La lluvia puede representar un momento de purificación, una limpieza total que marca un nuevo comienzo, un espacio en el tiempo que invita a la tranquilidad, a dejar que el agua deslice por el cuerpo y se lleve todo lo malo que hay en él. Además, si este momento climático se acompaña de lágrimas amargas, la lluvia sirve para disimularlas; gotas tristes y gotas de esperanza que se mezclan para recordarnos lo maravilloso de la vida, del amor, de la amistad, de una canción especial, de un abrazo, de un beso… de un bello momento.

Bailar, saltar, gritar, reír, llorar, cantar… hacerlo bajo la lluvia le da un nuevo sentido a la acción, le inyecta una energía especial, le impregna un sentimiento intenso, lo hace algo inolvidable. La ropa mojada que se pega al cuerpo, las manos que se resbalan al querer sujetar a alguien más, los pies que sucumben ante el resbaloso suelo… todo, absolutamente todo se conjuga para crear un atmósfera única, especial, ligera, llena de buena vibra y despreocupada de la posible pulmonía.

El viernes pasado bailé bajo la lluvia, reí bajo la lluvia, canté bajo la lluvia, lloré bajo la lluvia y, lo más importante, amé bajo la lluvia. Un grupo de amigos, de hermanos, entrelazamos los brazos y los corazones en un cántico desenfrenado que servirá de guía, de faro de esperanza, de asidero y fuerte punto de apoyo para los próximos días de tristeza. La lluvia inauguró una nueva etapa en una amistad que ya muchas veces ha probado ser invencible. Ahora se avecina un nuevo reto, un nuevo obstáculo, una nueva separación, una distancia que nunca antes había existido entre nosotros. Pero, al mismo tiempo, la lluvia selló un pacto, una promesa de retorno, un juramento inquebrantable y una unión más fuerte que nunca.

Nunca me ha gustado la lluvia… nunca, salvo esa noche en que se transformó en la protagonista de nuestra noche, la garantía de la diversión, la confirmación de que nada puede vencernos y la seguridad de que siempre estaremos juntos.

We’re singing in the rain.



domingo, 23 de agosto de 2009

Cuestión de química

Desde mi primera clase de “Introducción a la Física y a la Química” (IFQ) en primer año de secundaria me di cuenta de que esas serían materias con las que debería partirme el coco y con las que, en verdad, no quería tener nada que ver en mi vida. Para mi sorpresa, con todo y que escogí estudiar una carrera lo más alejada posible de las ciencias exactas, resulta que tengo que lidiar con cuestiones de física y química todos los días. No, no tengo que calcular la masa atómica de ningún elemento ni adivinar a qué velocidad debe ir un vehículo para recorrer cierta distancia en un tiempo determinado… afortunadamente. No obstante, resulta que el amor sí tiene algo que ver con cuestiones científicas más allá del puro corazón… o al menos eso parece últimamente.

En cuanto a lo físico no es muy complicado: te gusta o no te gusta una persona, la encuentras atractiva o no (aunque haya tantos cánones de belleza como personas en el planeta). La parte verdaderamente interesante es lo relacionado con la química, que, a la vez, puede explicarnos mucho sobre por qué alguien nos gusta o no. Algunas veces he escuchado explicaciones bizarras sobre feromonas y reacciones químicas en el organismo dependiendo de la persona con la que nos encontremos. Tales argumentos me parecen lo más antiromántico y alejado del ser humano que alguien podría pensar, es decir, nos colocan como simples animales que responden a impulsos y buenos olores. Últimamente, sin embargo, no he podido dejar de preguntarme si habrá algo de cierto en esta forma de ver al amor. ¿En verdad respondemos a impulsos e instintos? ¿Realmente hay reacciones químicas en nuestro cuerpo que determinan el grado de bienestar que sentiremos al estar cerca de alguien? ¿Las mariposas en el estómago no son más que choques de diversas sustancias en el cuerpo? ¿Tiene sentido entonces decir que hay o no hay química con algún pretendiente?

Aunque me rehúso a pensar que la felicidad que siento al estar cerca de cierta persona tiene que ver con cuestiones químicas y no con una nube rosa que quiere que me suba en ella, no puedo negar que muchas veces, por más que me traten como princesa, la sensación no es la misma. El problema, como siempre, es saber si la otra persona siente lo mismo, si nuestro roce produce las mismas reacciones en su cuerpo y si, de alguna forma, tiene el impulso de venir a nuestro encuentro. Finalmente, por más que la química tenga algo que ver, por más que se pueda reducir el proceso a una serie de reacciones microscópicas, por más que logremos poner nombre y apellido a las sustancias que nos hacen enamorarnos y ser felices, sigue resultando infinitamente complejo entender al amor… sigue conservando su magia y, por lo tanto, la nube rosa sigue llegando a nuestros pies. Y eso es la parte más linda, divertida y esperanzadora de esta fuerza tan poderosa que mueve al mundo… que me mueve a mí.


domingo, 16 de agosto de 2009

A dream is a wish your heart makes

¿Qué son los sueños? ¿Por qué a veces son tan reales? ¿Hay algún tipo de señal en ellos o sólo una gran traición de nuestro inconsciente? Hoy amanecí sin ganas de despertar; abrí los ojos y al ver la realidad intenté volverlos a cerrar y regresar al sueño en el que estaba. A pesar de las cosas bizarras que sucedían, el sueño era bueno y real, algo que me encantaría que sucediera y que, creo, sucedería exactamente de la forma en que lo viví en mi sueño.

Alguna vez escuché que si queríamos que un sueño se volviera realidad, tal como con los deseos, no debíamos contarlo a nadie. No sé si esto sea cierto, pues hay muchos sueños que nunca he contado y que, triste o afortunadamente, nunca se realizaron. Sin embargo, la esperanza es lo último que muere… tampoco contaré este sueño. Probablemente, algún día, él me mire como en mi sueño, me bese y me explique lo que pasa por su cabeza. O, quizás, me quede por siempre con la duda y la seguridad de que siempre podré conservar ese sueño como una especie de premio de consolación.

El mayor problema con los sueños de este tipo es que nos impiden concentrarnos en el día; pensamos en ellos e intentamos “revivirlos”; queremos volver a dormir rogando soñar lo mismo y, así, empezamos a confundir la realidad y a entristecernos cuando resulta ser opuesta a lo que soñamos. Pero ¿cuál es el problema con ello? Finalmente, Calderón de la Barca tenía razón al decir “que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”

viernes, 31 de julio de 2009

Inexplicable

Hace mucho, muchísimo tiempo que traigo en mente dedicar una entrada a mis amigos. He intentado escribirla más de un par de veces, he borrado decenas de párrafos, he decidido en gran cantidad de momentos que “ése” no es “el momento” para escribir tan importante texto… y así, no he podido obsequiar una parte de mí a todos aquellos hermanitos míos que me han mantenido a flote los últimos días, meses, años. Ayer, sin embargo, llegó una idea a mi cabeza, la causa de mi poca creatividad para escribir sobre ellos, la clave que necesitaba para encontrar la inspiración. Es muy simple, tan simple que resulta complejo, profundo, intenso… un golpe en la cabeza.

No puedo escribir sobre mis amigos porque no hay palabras que alcancen, que sirvan siquiera, para describirlos, para hablar sobre nuestra amistad, para expresar lo mucho que los amo o para intentar explicar las formas tan mágicas que tienen para hacerme sentir especial y sacarme, en un segundo, de cualquier pozo negro en el que me encuentre.

Ante semejante hallazgo, no pude más que recordar las palabras, tan célebres ellas, de Ludwig Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar es mejor callar.” Pero tampoco creo querer callar. Quiero, necesito, encontrar alguna forma de expresar la magia de esta amistad, la energía positiva que nos envuelve cuando estamos juntos, haciendo cualquier cosa (o haciendo nada). ¿Hay sentimientos que, verdaderamente, van más allá de las palabras? ¿En realidad hay cosas que es preferible no intentar entender o explicar? ¿Qué pasa cuando queremos gritarle al mundo una dicha infinita pero nuestra garganta se rehúsa a encontrar los sonidos indicados? ¿Cómo hacer saber a esas personas especiales que si no les expresamos nuestro cariño constantemente no es porque no queramos sino porque no hemos hallado una manera medianamente satisfactoria de hacerlo?

Con estas preguntas en mente, y mientras sigo buscándoles respuestas, decidí que por el momento sólo expresaré agradecimiento… GRACIAS, simple palabra que, cuando viene del corazón, quizás es atinada (aunque sigue sin parecerme suficiente).

GRACIAS por tenerme en un pedestal y ponerme los ojos vidriosos; por siempre estar ahí cuando te necesito; por los interminables cafés que tomamos de vez en cuando; por ser mi terapeuta para cualquier problema; por tus caras de tragedia y grandes enojos cuando ni yo me lo tomo tan a pecho; por echarme porras y hacerme sentir la mejor mujer del universo.

GRACIAS por habernos permitido fortalecer esta amistad y lograr que superara dos fuertes crisis (at least); por contestar las llamadas de llanto y mentadas de madre y ocupar tu tiempo calmándome; por esas noches de diversión en cualquier antro; por ser quien siempre me dice la verdad y me aterriza de forma suave, antes de que yo me de un madrazo; por ser mi madre, hija, abuela, hermana y todo lo que llegaremos a ser.

GRACIAS por las horas de diversión en la oficina mientras no teníamos nada que hacer; por tenerme la confianza para contarme tus cosas y pedirme consejo; por hacerme reír con tus grandes ocurrencias; por mostrarme tu cariño de una forma muy particular y aguantar mis gritos cuando me desespero; por los abrazos de oso que tanto me fascinan y que en ciertos días necesito desesperadamente.

GRACIAS por estar ahí siempre, aunque nos debiéramos mil correos y aún más cafés; por haber sido mi primera hermanita hace seis años; por los grandes momentos de “naquez” mendigando pases, fotos y autógrafos; por las miles de prendas que comparten nuestros clósets; por aconsejarme que te marque a ti en vez de a “él”; por apoyarme en mis sueños; por la seguridad de que siempre seremos amigas y envejeceremos juntas.

GRACIAS por ponerme apodos que sólo tú usas; por tener una casa que es el refugio perfecto para cada fin de semana; por defenderme cuando un amigo tuyo resulta ser un patán; por que tu hombro queda a la altura perfecta para que recargue mi cabeza; por permitirme dejar el coche en tu casa y llevarme y traerme por la ciudad; por el buen concepto en el que me tiene tu mamá; por ser alguien con el que últimamente me he divertido como hacía mucho tiempo no me divertía.

GRACIAS por ser la persona a la que le puedo contar todo; por apoyar mis loqueras sin dejar de advertir los límites de lo aceptable; por “enseñarme a vestirme”, por se mi compañera en el coche (el tuyo o el mío); por las malas palabras que ya forman parte de nuestro vocabulario y nos han hecho pasar situaciones vergonzosas; por ser una de mis PPG y luego una de mis princesas; por ser tú y dejarme ser yo cuando estamos juntas.

GRACIAS por ser como un hijo más de mi mamá; por haber intercambiado las marcas de cigarros; por habernos demostrado que después de la noche más oscura siempre sale el sol; por ser una reina y reír al respecto; por ser quien nos embellecerá en el futuro; por amenazar de muerte a cierto ruso si se atrevía a lastimarme; por preocuparte por mí, celarme y demostrarme tu cariño, de una forma u otra, en todo momento.

GRACIAS por ser una persona que conocí a causa del cigarro; por las crepas a la orilla del mar, los kebabs en pintoresco jardín y los helados en atiborrado local; por todos los camotes que tanto me han hecho reír; por hacerme ver cuando excedo el nivel de ñoñez de una forma sutil; por muchos viajes, peluches y experiencias que nos convirtieron en hermanas perdidas y no nos dejarán olvidarlo.

lunes, 27 de julio de 2009

Malos sentimientos

En un mundo en el que estamos acostumbrados a decir que amamos todo y odiamos todo, es raro cuando verdaderamente sentimos esos sentimientos y las frases toman un sentido diferente, más real. Dicen que “el odio enferma a quien lo siente”, frase a la que nunca había puesto atención pues, me he dado cuenta, nunca había odiado a algo o alguien, verdaderamente. ¿Qué significa odiar? ¿Cómo se siente? La mera palabra revuelve mi estómago, pues cuando parece que, ahora sí, estamos experimentando el sentimiento no es tan sencillo externarlo. Si decir “te amo” es complicado y requiere mucho valor, creo que decir “te odio” es aún más complejo y requiere de toda la fuerza que podamos encontrar en nosotros… y en los momentos en que sentimos odiar, es difícil encontrar fuerza en el interior.

Vuelvo a preguntar ¿qué es odiar?

Recientemente, por más que he intentado no pensar en ello, no dejar que me afecte, pasar la página, seguir con mi vida y no darle importancia, no he podido sacar completamente de mi mente a un par de personas. Y es que, como suele sucederme en estos casos, cada vez que creo que los he superado y que me vale un cacahuate lo que pase en sus vidas, deciden volver a aparecer en la mía y restregarme en la cara el daño que han causado. Pensar en esos dos me revuelve el estómago y me llena de rabia; resurgen las ganas de golpearlos hasta que me duela la mano, regresa el impulso de insultarlos hasta que ya no haya palabras en mi boca y renace el deseo de hacerles daño. ¿Los odio? El simple hecho de pensarlo me asusta… Nunca había querido odiar a nadie, porque una cosa es decirlo, cuando más bien se trata de que nos desagrada, y otra cosa es sentirlo.

En los sentimientos no se manda, bien lo sabemos. Pero ¿qué pasa cuando nuestro cuerpo se empeña en sentir algo que no queremos sentir, que no tiene caso, que ya no es tiempo de sentir, que no va a beneficiarnos? Los malos sentimientos traen consigo una extraña sensación y no es fácil deshacerse de ellos. Cuando nos sentimos alegres, podemos gritar y reír hasta liberar esa energía; cuando estamos tristes, podemos llorar hasta limpiarnos el dolor. Pero cuando sentimos un gran resentimiento y un aún mayor enojo, no se me ocurre qué hacer para liberarnos de él… ¿alguna sugerencia?

lunes, 29 de junio de 2009

Montaña rusa

Ayer me dio por escribir en mi diario. Los que me conocen saben que escribo en algún cuaderno desde que tengo memoria y que suelo hacerlo, sobre todo, cuando tengo muchas cosas rodando en mi cabeza. Más que ser una bitácora personal que atestigüe lo que ocurre cada día de mi vida, se trata de un espacio en el que reflexiono sobre lo que me pasa, las personas que me rodean y la forma en que diversas circunstancias se suceden unas a otras de formas inexplicables. La mayoría de las veces, escribir me ayuda a relajarme y poder poner un poco de orden en mi desorden mental. Lo que escribí ayer empezaba más o menos así:

“Y tal parece que la vida es una montaña rusa en la que hay subidas, bajadas y vueltas que nos emocionan, nos revuelven el estómago, nos voltean de cabeza, nos hacen gritar nos hacen reír y, a veces, nos hacen llorar.”

Cualquier montaña rusa tiene subidas y bajadas que se siguen unas a otras, pues no podría ser de otra forma. La subida sirve para que el carrito pueda salir de la bajada y no se quede atorado en la parte más profunda del juego. Así, a veces con menos velocidad y más trabajo, siempre volvemos a estar en una cima después de estar en un hoyo… y esa cima y la fuerza que hemos agarrado en ella es la que nos permite continuar en el juego. Y la vida ¿es exactamente lo mismo? ¿Siempre hay una cima después de un valle? ¿Cualquier bajada sirve para darnos impulso para volver a subir?

Creo que el estado de ánimo puede ser traicionero y parecerse mucho a una montaña rusa; sin embargo, no siempre podemos sentarnos hasta adelante del carrito y saber qué sigue, si vamos para arriba o vamos para abajo. Por lo general, nos toca estar en algún punto ciego en el que simplemente nos dejamos llevar por el juego y no sabemos exactamente hacia dónde nos dirigiremos en cada momento. Parecería que no nos queda más opción que dejar que este juego mecánico llamado vida nos suba y nos baje a su antojo. Pero siempre nos queda la oportunidad de aprender, tomar vuelo en las subidas y esperar que sirva para salir más rápido de los baches.

Lo que he aprendido últimamente es que si nos damos cuenta de que estamos en un hoyo, podemos estar seguros de que pronto vendrá la cima, algo mejor, algo que nos haga sentir bien y que nos permita mirar desde las alturas aquel bache que dejamos atrás. Y me parece que entre más fuerte sea la bajada, más intensa será la subida; entre más negra se vea una noche, más luz habrá al día siguiente. Y así como una montaña rusa plana no sería digna de ese nombre y menos sería divertida, la vida no es nada sin ese subir y bajar, sin esos momentos de euforia y tristeza que, como diría mi abuelo, resultan “la sal y pimienta” de este caminar nuestro por el mundo… es lo que, finalmente, le da sabor y hace que valga la pena.

martes, 23 de junio de 2009

It's a (really) small world

La semana pasada, en amena plática con mis amigas, recordamos la canción que solíamos cantar en nuestra infancia; no obstante, coincidimos en que ninguna se sabe más allá del coro, hecho que nos hizo notar la que había intentado que una niña de seis años entonara la melodía completa. Cual profecía, esta canción ha rondado mi mente la última semana. Resulta que, en verdad, el mundo es muy pequeño.

Muchas veces he escuchado aquel supuesto de que todas las personas del mundo están interconectadas y que sólo están separadas una de otra por seis personas. Honestamente, no encuentro la forma de que un individuo en Palau y yo estemos separados sólo por seis individuos más; sin embargo, no tengo que ir hasta Palau ni contar a seis personas para verificar que “el mundo es un pañuelo”.

El fin de semana pasado, en medio de una plática casual, terminé haciendo un nuevo amigo al descubrir la cantidad de conocidos que tenemos en común. No es difícil que conozca a aquellas personas que estudian lo mismo que él, en la misma escuela que él. Sin embargo, verdaderamente divertido fue ver que sentimos desprecio hacia la misma persona. Ese hallazgo seguido de un fuerte brindis fue razón suficiente para caernos bien y seguir platicando mucho más tiempo. Cabe decir que, en mi caso, fue la confirmación de que no estoy loca y que no es difícil que aquella conocida en común resulte insoportable ante los ojos de un tercero, quien la conoció en situaciones que no involucraban a un ex novio.

Por otro lado, una de mis mejores amigas está estrenando galán. Estoy convencida, y cada vez más (sobre todo después de mi última experiencia), de que la opinión de los amigos acerca de un galán es importante. Mi nuevo cuñado me cae muy bien; sin embargo, no podía faltar la inspección oficial en aquel mágico, útil y engañoso “libro de las caras”. Mi sorpresa fue que el “cuñis” pertenece a la misma organización que yo y sabría contestarme si empezara a entonar los lullabies que me traen tan buenos recuerdos. Mejor (o peor) aún es que, además de su novia (mi amiga), el portal indicaba que tenemos otra amiga en común… y aquí está el verdadero enredo, de esos que sólo un mundo tan pequeño como este puede producir. La “amiga en común” es la ex novia del cuñado, coordinadora de mi primer viaje en aquella organización y amiga de uno de mis ex novios, quien solía ser muy amigo de mi amiga.

Así las cosas, más nos vale ser buenas personas y cuidar nuestro comportamiento, pues no sabemos cuándo habrá alguien que conozca a otro alguien que nos conozca que pueda meternos en problemas. O, por otra parte, podemos tomar el asunto con filosofía y seguir confirmando que, también, es cierta la frase que dice que “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”.

viernes, 12 de junio de 2009

Join my cause

—Señor, ¿tiene usted hijas? ¿hermanas? ¿sobrinas? ¿nietas? Piense por favor en alguna mujer, alguna jovencita a la que usted tenga un mínimo de respeto y cariño. Ahora piense en lo que siente esa mujer cada vez que un viejo rabo verde como usted le lanza miradas lascivas y le dice frases obscenas, tal como usted acaba de hacer conmigo.


Lástima que esas palabras se me ocurrieron un minuto después del insulto y no en el momento preciso. Me hubiera gustado ver la cara del tipejo; ver su expresión cuando una mujer (entre las muchas con las que se ha de topar al día) lo enfrenta y le hace ver lo ofensivo de su actitud. Más me hubiera gustado ver la cara de los otro cinco sujetos con los que se encontraba y poder dejarlo en ridículo frente a ellos. Sé que probablemente me hubiera arriesgado a más insultos, a más miradas; pero también sé que tendría la satisfacción de no haberme quedado callada, de no haber permitido que pisotearan mi dignidad de mujer.

No se vale… No se vale que por traer una falda bonita con unos tacones altos y querer caminar un par de cuadras para ir por un café se tenga que soportar ese tipo de actitudes. Más allá de la ofensa (a la que siempre se pueden prestar oídos sordos) me molesta el sentimiento de impotencia, el tener que poner cara seria y hacer como que no escuchamos, el tener que quedarse callada porque corremos el riesgo de que nos vaya peor si respondemos, el tener que seguir caminando y tragarnos todo el insulto, el coraje y las posibles lágrimas.

Por eso he decidido que la próxima vez abriré la boca y haré que el individuo piense en todas las mujeres que conoce (por lo menos la madre que seguro tiene). Ese tipo de hombres no están acostumbrados a las respuestas; tal como los ladrones, su mejor herramienta es el factor sorpresa. Cuando una mujer está preparada para quitarle su arma principal, es posible que el que se quede sorprendido sea el asqueroso individuo… Y con un poco de mucha suerte, se acordará de esas palabras cada que quiera volver a faltarle al respeto a una mujer.

domingo, 7 de junio de 2009

Wanted

Suele ser curioso cuando redescubrimos alguna parte de nosotros que habíamos olvidado tener. Encontrar una lista de lo que algún día quisimos y ver que muchas son cosas que aún queremos sólo demuestra que eso llamado “esencia”, que se supone permanece en nosotros por más que cambiemos, verdaderamente existe. Este descubrimiento suele ser todavía más impresionante cuando nos encontramos en una etapa en la que intentamos buscar cosas nuevas, experiencias que no hemos vivido y mostrarle una cara nueva al mundo; entonces nos damos cuenta de que habrá cosas de nosotros que nunca van a cambiar, por más que lo intentemos, y que, en realidad, son cosas maravillosas que deberíamos aprovechar.

Dicen que los niños siempre dicen la verdad. Los niños son, creo, unos seres maravillosos y transparentes que nos dejan ver lo bello de la vida hasta en el más pequeño detalle. ¿Por qué perdemos esa magia cuando crecemos? ¿Por qué tantas veces nos esmeramos en no escuchar a ese niño que llevamos dentro? En mi caso, tengo la fortuna de conservar muchísimas pruebas de esa magia y de poder regresar a ella en los momentos en que la necesito. En esos momentos me invade el cuerpo un sentimiento de ternura, pues veo la ingenuidad y los sueños que guiaban mi vida y que he perdido por diversas circunstancias.

El otro día, como suelo hacer un par de veces al año, saqué uno de mis diarios viejos (sí, siempre he tenido y seguiré teniendo un diario… aunque no escriba en él todos los días). En ese cuaderno deshojado, viejo, con una letra espantosa y gran cantidad de anécdotas que me hicieron reír (nuevamente) más de una vez, encontré algo que había desaparecido de mi memoria por completo. Supongo que habrá sido hace aproximadamente 8 o 10 años en que escribí una lista llamada “Cualidades que debe llenar mi niño ideal”. Sé que suena tonto, una simple fantasía de pubertad y, sin embargo, ahora que la releo, creo que sigo buscando a la persona que cumpla aquellos requisitos. Aunque a veces diga que quiero a alguien con dinero, o con un súper coche, o que guste de ir de antro, o lo que sea; muy en el fondo sigo exigiendo ciertas características… las mismas que pedía en mi lista hace algunos años.

Hoy, tal como aquélla niña que fui, sigo buscando una persona que tenga algunos de los siguientes “requisitos”… y creo que no es mucho pedir. Aunque muchas cosas suenen bobas, sé que mi niña interior no me permitirá fijarme en alguien que no demuestre estos rasgos; y he ahí un poco de la magia infantil que, a pesar de todo, aún conservo.

Cualidades que debe llenar mi niño ideal (escrito hace muchos años por una pequeña que, como yo, gustaba de soñar todo el tiempo.)

Físicas:
1. Que tenga ojos bonitos
2. Que sea muy alto

Interiores:
1. Que sea romántico
2. Que me tome en serio
3. Que se lleve bien con mi familia
4. Que me presente a su familia
5. Que se lleve bien con mis amigos
6. Que me presente a sus amigos
7. Que sea súper detallista
8. Que respete lo que hago
9. Que no haga/diga lo que cree que yo quiero que haga/diga
10. Que tenga una súper personalidad
11. Que le encante bailar
12. Que no sea celoso
13. Que no sea peleonero
14. Que se muy caballeroso
15. Que no le importe lo que digan los demás
16. Que me quiera de verdad
17. Que le gusten los animales

Creo que no pido ningún exceso… Sé que está ahí, en algún lado.

jueves, 28 de mayo de 2009

Say cheeeez!!

Me encanta ver fotos. Probablemente es algo que no me define como persona y pocas personas saben de mí, pero siempre me ha gustado sentarme a ver esos pequeños momentos capturados en el tiempo y volver a vivirlos. No me importa si ya me sé un álbum de memoria, siempre me puedo volver a sentar a verlo, foto por foto, instante por instante. ¿La razón? Dentro de la parte nostálgica de mi personalidad, pienso que la fotografía es una forma de recordarnos de dónde venimos y hacia dónde vamos. Podemos ver cuánto hemos cambiado, qué nos hacía reír, qué nos divertía, las locuras con las disfrutábamos y las fantasías que llegamos a tener.

Dicen que “una imagen dice más que mil palabras”; yo agregaría que dice más que cualquier número de palabras que se nos pueda ocurrir. Un segundo capturado en una fotografía se quedará eternamente para recordarnos lo especial de aquel momento. Se trata de una imagen que siempre estará ahí para divertirnos en momentos aburridos, hacernos reír en momentos tristes, sacarnos una sonrisa en momentos dolorosos y calmarnos en momentos de tensión.

En los últimos días, cuando el hartazgo de las responsabilidades es excesivo e impide sacar las fuerzas para cumplirlas, me he dedicado a ver todas las fotos que se han puesto en mi camino. Me he reído muchísimo y he recordado experiencias que por un momento creí haber olvidado. He visto la sonrisa en mi rostro y en el de todas las personas que se encuentran a mi alrededor y he redescubierto la magia que enciende una chispa de genuina felicidad. Me he dado cuenta de que no puede haber ningún tipo de arrepentimiento cuando vemos que, a pesar de lo que haya pasado después, fuimos completamente felices en un momento específico. Creo que eso es lo que más me gusta de las fotos, no mienten. Aunque se trate de fotos de pose, hay algo en ellas que revela emociones reales en los modelos. Aunque lo intentemos, no logramos engañar a la cámara, pues una sonrisa forzada siempre se ve peor que una cara de llanto.

Y, como dato curioso, mis fotos favoritas son aquellas que se tomaron sin aviso ni advertencia, aquéllas con muecas extrañas, gestos bizarros, actitudes de dar vergüenza, ojos a medio cerrar y cualquier desperfecto que muestra la magia de la vida real. Esas son las fotos que no se borran… ni de la cámara, ni de la computadora, ni del corazón.

lunes, 18 de mayo de 2009

¿Enseñanzas legendarias?

Desde que tengo memoria he escuchado básicamente un consejo de mi madre en lo que respecta al sexo masculino: “date a desear.” Complementando este consejo con algunas opiniones más, la lógica va más o menos así: los hombres tienen un gen cazador, lo que significa que si consiguen a la presa rápido, perderán el interés a la misma velocidad; en cambio, entre más complicada parezca la cacería, más desearán llegar al objetivo. En teoría tiene sentido y suena como algo fácil de hacer, pero en la práctica resulta mucho más complicado… para mí por lo menos. Cualquier persona que me conozca un poco sabe que soy una hopeless romantic que gusta de flotar por las nubes y soñar con la perfección todo el tiempo. De hecho, he llegado a pensar que si fuera hombre sería un excelente cazador pues, cuando alguien me interesa, no hay un solo segundo en que no se me llene la cabeza de ideas originales para mostrarle mis intenciones… o, en su caso, cosas que me gustaría que él hiciera por mí.

El otro día escuchaba una canción que había estado olvidada en mi biblioteca musical por mucho tiempo. Para variar, hubo una frase en particular que me dejó pensando: “how obvious should a girl be?” De verdad es algo complicado. Se supone que vivimos en el siglo de la liberación femenina, en donde ya no hay nada de malo en que una mujer invite a un hombre a salir o ponga la iniciativa en la relación; sin embargo sigue habiendo quien aconseja lo contrario. Y es que ambas cosas funcionan, pero creo que con diferentes niños, lo cual constituye la cereza del pastel en el mar de complicaciones. Hay niños a los que definitivamente hay que darles un empujón, mientras que a otros es mejor dejarlos esperando un poco para lograr que no pierdan el interés. El mayor problema es distinguirlos y saber qué hacer en cada momento. Y he aquí una gran ventaja de los hombres sobre las mujeres pues, al menos en mi concepción, jamás se verá mal que un hombre invite a una mujer a salir… lo que sí puede suceder en el sentido inverso.

Mi duda, entonces, es saber cuándo es demasiado. ¿En qué momento se pasa de la sutileza a la obsesión? ¿Cuándo se confunde el interés con un grave síndrome de stalker? ¿Cómo saber si estamos siendo demasiado atosigantes o, si por el contrario, hay que seguir actuando? ¿Qué tanto tiempo hay que esperar antes de poner la iniciativa? ¿Cuándo es obvio que no hay interés y que más nos conviene mirar hacia otro lado?

Hace un par de meses, una tía me dio un consejo que ha resultado muy valioso y ha logrado hacer mi vida verdaderamente divertida. —Mira—me dijo—tú, ahora, tienes que ser como Jesucristo y sólo decir “dejad que los niños vengan a mí”—. El problema es cuando son muchos los niños que vienen y van y la paciencia se empieza a agotar cuando queremos encontrar al que debe quedarse… cuando creemos que ya está afuera de la puerta, pero aún no se decide a llamar.

sábado, 16 de mayo de 2009

Cigarros que saben rico

Y esta va para uno de mis mejores amigos… el que se quitó la barba.

Sé que fumar no es bueno, pero es sólo una de las muchas cosas que hago que dañan mi organismo. Sé que debería dejar de fumar, pero es una de las muchas cosas para las que no encuentro la fuerza de voluntad necesaria. Sé que me puedo divertir sin un cigarro en la mano, pero es una diversión que sabe diferente. Sé que seguiré fumando… y no hay “pero”. Cualquier fumador sabe que no todos los cigarros son iguales pues mientras unos saben más ricos y se disfrutan más, otros resultan un descarga inservible de nicotina que deja un mal sabor de boca. Hoy quiero hablar de los cigarros que saben rico, de esos que se saborean junto con el momento en que se fuman, esos que se consumen en amena plática y excelente compañía, esos que dejan una paradójica sensación de bienestar en el organismo.

En este nuevo capítulo de mi vida que sigo comenzando y que no quiero terminar he hecho cosas que jamás había hecho. Por ejemplo, el martes pasado atravesé toda la ciudad (costo = un cuarto de tanque de gasolina) para festejar el cumpleaños de uno de mis mejores amigos. Después de la gran odisea que resultó llegar al lugar, me senté en compañía de viejos y nuevos amigos lista para reír y olvidarme de todo lo demás por un momento. En el lugar en el que estábamos había terraza para fumar, la cual visité con un amigo un par de veces, a pesar de la incomodidad que implicaba atravesar el restaurant y alejarnos un poco de la conversación global de la mesa. Cabe que aclarar que mi amigo, además de ser mi fumador acompañante por excelencia, es uno de mis mejores terapeutas para cualquier problema que pueda tener (jugar rockband incluido).

La plática pasó de un tema a otro y cuando nos dimos cuenta ya estábamos prendiendo el siguiente cigarro. Fue uno de esos momentos en que se siente la amistad, la comprensión, el apoyo, la confianza y la complicidad en cada bocanada de humo que invade el espacio entre dos personas. Hacía mucho que un par de cigarros no me sabían tan rico y que no disfrutaba tanto de fumar en compañía de alguien tan especial. La conversación fluyó; como en toda buena amistad, uno completaba las oraciones del otro y muchos pensamientos se quedaron en la cabeza porque no hubo necesidad de externarlos, pues el otro los entendió desde el principio.

Esos son los cigarros que saben rico y que hacen que la posibilidad de cáncer en el futuro valga la pena. Un cigarro puede saber muy rico en muchas y muy variadas circunstancias; sin embargo, la experiencia me ha enseñado que los cigarros verdaderamente deliciosos son los que se fuman con la persona indicada en frente… nada más importa. Probablemente mi amigo no lo sabe, pero platicar con él mientras fumábamos ese par de cigarros fue uno de los momentos top de mi semana que hicieron que cualquier enojo, decepción o confusión quedaran muy atrás en mis pensamientos. Y, aunque parezca extraño, el humo que invade el ambiente sirve para aclarar la mente. Esto, más las palabras precisas de la persona adecuada, son todo lo que necesito para tener un excelente día.


lunes, 11 de mayo de 2009

Sabiduría venusina cuestionada

Sabemos (porque de verdad es cierto) que los hombres vienen de Marte y las mujeres de Venus. Esta pequeña diferencia tiene grandes implicaciones, desde la forma de pensar hasta el idioma en el que hablan, pasando por las costumbres, los pasatiempos y la manera de reaccionar ante diversas situaciones. En toda esta complejidad, siempre había creído que las mujeres teníamos un plus frente a los hombres, el cual confundía a éstos últimos y nos daba grandes ventajas. Estoy convencida de que las mujeres tenemos un sexto sentido que nos permite ver, escuchar, sentir y saber cosas que los hombres no logran comprender, incluso si se les estrellan en la cara. Ese sexto sentido, creía, nos permitía conocer al sexo opuesto más de lo que ellos mismos se conocen; incluso nos permitía predecir sus acciones y pensamientos y llevarles la delantera en algunos aspectos. A pesar de que sigo convencida de este hecho, últimamente mis ideas han sido cuestionadas al punto de que, junto con una amiga, he establecido una nueva teoría que necesita más investigación empírica: el novio de alguna mujer es completamente predecible hasta que se convierte en el ex-novio.

Cuando una mujer pasa un tiempo considerable con un hombre logra conocerlo de una forma verdaderamente impresionante y saber exactamente qué pasa por su cabeza y qué va a hacer en todo momento. Claro, hay grados en este conocimiento y no siempre pasa, pero cuando sí pasa, puede llegar a niveles que asustan. Suponiendo que sí pasó esto, cuando la mujer deja de ver al individuo en cuestión (truene, pleito, fin de la relación, o lo que sea) cree que aún es capaz de saber lo que está pasando en su vida y su mente… hasta que los hechos demuestran lo contrario: hace cosas que jamás había hecho, se comporta como nunca lo había hecho, dice cosas que no hubiéramos esperado escuchar viniendo de él, rompe patrones e inaugura nuevos, entra y sale de las crisis como nunca lo había hecho, inaugura habilidades dramáticas dignas de Óscar, etc., etc., etc., etc. …

Este hallazgo es capaz de retar siglos de sabiduría femenina y quitar a las venusinas una gran ventaja que habíamos creído poseer. Probablemente, los marcianos tienen un poder aún mayor del cual no nos habíamos percatado: la capacidad de sorprendernos incluso cuando creíamos saberlo todo. Y entonces empiezan las complicaciones, pues una cosa es la sorpresa y otra muy distinta es darse cuenta de que no sabemos absolutamente qué esperar y qué nuevas extrañezas de comportamiento nos mostrarán.

Ahora me queda claro por qué hay tan gran variedad de libros sobre relaciones entre hombres y mujeres. Creo que es algo que escapa al entendimiento de cualquiera y, una vez más, la vida nos deja claro que la que manda y la que entiende qué pasa es ella y no nosotros, que sólo debemos aprender a asumir los nuevos retos y dinámicas que se nos presenten. No importa la cantidad de líneas que se escriban al respecto, Kissinger tenía razón: “nobody will ever win de battle of the sexes. There’s just too much fraternizing with the enemy”. Y cuando la fraternidad termina, las sorpresas inician y lo desconocido se extiende, una vez, cuando menos lo esperaba, ante una venusina que creía conocer a un marciano.


miércoles, 29 de abril de 2009

Tres palabras

Hace tiempo, durante un viaje en una tierra mágica para mí, leí unas cuantas líneas que se quedaron en mi memoria. Esas palabras deciden aparecer repentinamente en algunas circunstancias para recordarme mi humanidad, mis fortalezas y mis limitaciones. Entre festejos truncados y epidemias, este fin de semana fue uno de esos momentos en que las líneas que leí hace un par de años aparecieron nuevamente ante mí.

Dios (aunque puede ser cualquiera… el destino, la fuerza motora del universo o lo que gusten): dame la serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar; el coraje para cambiar lo que sí puedo; y la sabiduría para distinguirlas.”

Cualquiera que me conozca un poco sabe el gran berrinche que puedo hacer cuando algo no sale como yo quiero. Pero, sin temor a equivocarme, puedo decir que no soy la única persona con esta particularidad. Todos, siempre, tenemos expectativas, sueños, metas, deseos y, a veces, obsesiones, que nos gustaría cumplir y vivir tal y como las imaginamos. Y todos hemos experimentado la decepción de tener que aceptar que nuestras manos no son las que mueven el universo. Así es la vida y así es este mundo, del que sólo somos una parte diminuta.

En ese gran todo al que pertenecemos, hay infinidad de cosas sucediendo cada segundo y que de alguna forma nos incumben y nos afectan. El problema comienza cuando tenemos que mezclar las tres palabras: serenidad, coraje y sabiduría, pues por lo general una nos falla. Podemos identificar algo que está en nuestras manos cambiar y no encontrar el coraje para hacerlo. O, probablemente, la sabiduría nos ha fallado y entonces nos encontramos invirtiendo gran cantidad de esfuerzo en cambiar algo que, sin importar el empeño que pongamos, continuará un camino que no podremos modificar. De la serenidad… entre más deseamos algo más crece nuestra ceguera para resignarnos a que es algo que excede nuestro poder de acción e influencia.

Pensando al respecto, creo que la justa cantidad de serenidad, coraje y sabiduría es lo que definiría a un ser humano exitoso (desde mi punto de vista). Se trataría de alguien que se conoce, que sabe cuáles son sus capacidades y limitaciones, que está listo para emprender cualquier lucha que valga la pena y dar todo de sí en ella, que sabe en qué momento detenerse. Y si a todo esto agregamos una pizca de diversión, probablemente podremos hacernos la vida más llevadera, lograr nuestros sueños y disfrutar la subida de nuestra montaña personal hacia el éxito. Quizás el primer paso para ello sea buscar algo de serenidad, coraje y sabiduría para dejar de sentirnos amos del universo y dedicarnos a desempeñar el papel que nos ha sido asignado, no más y, definitivamente, no menos.

martes, 21 de abril de 2009

Celebration

Cada persona, dentro de las 365 opciones que tenemos, tiene un día favorito del año. Hoy es el mío. La razón: me encanta tener un motivo extra para divertirme y sonreír todo el día, para recibir muchos abrazos, para llenarme de sorpresas y, sobre todo, para disfrutar de un año más. Generalmente, cada año en este día hago un espacio en la diversión para la reflexión. Estoy convencida de que no puede haber algún tipo de crecimiento que no esté acompañado de un proceso reflexivo que permita aprender de los errores y mantener un balance general en lo que me gusta llamar “mi recuento de daños anual”. Sabemos que de toda experiencia se puede aprender, que los errores deben fortalecernos, que cualquier caída es una oportunidad para levantarnos y seguir adelante y que lo más importante es perseguir nuestras metas sin olvidarnos de disfrutar el camino que nos lleva a ellas.

En mi “recuento de los daños” de este último año son muchísimas las cosas que se podrían agregar, tanto en la columna de ganancias como en la de pérdidas. Sin embargo, siempre hay aspectos más importantes que otros, que merecen más atención y que son los que más pueden dejar en nosotros. Este último año crecí, maduré, sufrí, lloré, reí, me divertí y vi, para variar, muchas nuevas facetas de la vida. En la vida, a veces, resulta agradable mirar hacia atrás y ver todo lo que hemos pasado, lo que hemos experimentado; antes de volver a mirar hacia delante, es reconfortante contemplar un momento todo lo que se ha quedado en el pasado pero que, de alguna forma, sigue y seguirá con nosotros en el futuro. En estos momentos en que cambiamos la mirada de dirección es casi inevitable que aparezca una sonrisa en nuestro rostro: lo ridículos que nos llegamos a ver, las estupideces que hicimos, las tonterías por las que nos enojamos, las veces que nos carcajeamos, las lágrimas que derramamos… todas son cosas que pasaron, por una u otra razón, y de las que debemos conservar lo mejor, sobre todo, las lecciones que nos hayan enseñado.

Los arrepentimientos y los “hubieras” suelen ser una constante en la vida de una persona. En mi caso, todos desaparecen en el largo plazo. Cuando la distancia temporal es lo suficientemente amplia como para poder revivir escenas que nos hicieron sentir mal y que en su momento quisimos cambiar, nos damos cuenta de que quienes somos el día de hoy está definido por quienes éramos en esos ayeres. Así, hoy día, no cambiaría nada de mi vida, absolutamente nada. Incluso los peores momentos, aquéllos en los que pedía a gritos que el mundo se detuviera un segundo, en los que imploraba al tiempo que pasara más rápido y me regresara a mi estado normal, en los que la confusión y el dolor me impedían vivir, en fin, todos esos recuerdos me han dejado gran cantidad de lecciones y creo que puedo presumir que he sabido aprovechar el aprendizaje. Siempre tropezaremos, lo importante es que no sea con las mismas piedras.

En el recuento más reciente, una vez más, la vida me ha demostrado que no hay nada como los amigos verdaderos. Afortunadamente puedo llenar más de una de mis manos con ellos y no puedo más que agradecerle a la vida por la oportunidad que me ha dado al conocer a personas tan maravillosas… y locas, la verdad sea dicha.

La segunda lección más importante, como tiene que ser, es respecto al amor. El último año, con sus subidas y bajadas, fue increíble. Repito: no le quitaría nada. Aprendí lo maravilloso que puede ser encontrar a una persona con la que haya completa confianza e inmensa complicidad; aprendí que el amor es algo que se tiene que construir a diario entre dos; aprendí que, aunque el amor no sea eterno, hay que pensarlo como tal y disfrutarlo al máximo; aprendí, en resumen, que el amor es un componente esencial en la vida de cualquier persona y por el que vale la pena luchar. Sin embargo, también descubrí que el amor se puede acabar, súbitamente y sin que uno lo pida; descubrí que hay que saber en qué momento se debe dejar de luchar y cerrar capítulos, antes de que el final se torne cada vez más negro; descubrí que hay un tiempo para todo, tanto en el inicio como en el fin de cualquier relación y que el mayor problema es cuando los tiempos entre los dos involucrados no corren con el mismo reloj. En un balance general, sólo me queda agradecer por todo lo que el amor me dio este año y seguir adelante en mi camino.

Gracias a todos los que hicieron de este año un año absolutamente maravilloso… ¡vamos por todos más!

domingo, 12 de abril de 2009

Muchas primaveras atrás

Y esta va para mis mejores amigas… hasta la que está lejos, pero presente en todas las loqueras. ¡Las quiero titas!

La vida es una aventura en la que crecemos constantemente. Muchas veces, no nos percatamos de ese crecimiento (ni físico, ni mental, ni espiritual) y, entonces, llega un día en que nos damos cuenta de cómo han cambiado las cosas. En estas vacaciones, mis amigas y yo descubrimos que la tierna adolescencia ha quedado muy atrás y que ahora, incluso, nos sentimos algo viejas en algunas circunstancias. Viendo esta situación, dedicamos la semana a buscar las señales de nuestra vejez. He aquí un poco de lo que encontramos.

Sabemos que los “teen” han quedado muy atrás cuando…

Unos niños de “18 años” te piden ayuda para entrar al antro. A ellos no los dejan entrar y a ti ni siquiera te piden identificación.

Te ligas a un hombre de 24 años y te parece que tiene la edad perfecta para ti.

Aceptas cualquier chupe que te inviten… ¡gratis hasta las piedras, sin importar de quien vengan!

Pierdes la cuenta de las copas que has bebido y aún no estás ni remotamente cerca del estado de ebriedad.

No te molesta que el papá de tu amigo vaya al antro… hasta te da gusto, pues no tendrás que pagar un solo peso y te la puedes pasar bien con él.

Comienzas comprobar que la moda efectivamente regresa… hay niñas vestidas como tú te vestías en la adolescencia… y se ven mejor que tú.

En un lugar en el que ponen pura música de los ochenta y noventa cantas todas a todo pulmón recordando en qué año de la primaria ibas, intentando hacer las coreografías que habías montado con tus amigas.

Inventas que tu amiga se va a casar en un mes y la gente lo cree.

Vas vestida al antro y bailas casi igual que la novia del papá de tu amigo.

Sales del antro a las 8:30 de la mañana.

El fin de cualquier ligue ya no es sólo un beso, sino buscar excusas para que el hombre en cuestión no te lleve a dormir a su casa.

Un hombre en la alberca le comenta a la tía de tu amiga que le gustan las mujeres mayores. Al día siguiente se acerca a platicar contigo y pasas una de las mejores noches de tu vida.

Tus pies tienen menos aguante a los tacones de 10 centímetros.

Tienes más de un ligue por noche… y no te sientes mal, sino todo lo contrario.

La playa es el lugar perfecto para dormir… y recargar pilas.

Ya has conocido a tanta gente en tu vida que, cuando te los encuentras, cuentas el número de años que tenías sin verlos.

No importa cuál sea la bebida de moda, ni lo ridículo que pueda parecer pedir una piña colada en pleno antro… a ti te gusta y no importa lo que piense el mundo.

La voz que perdiste en una noche de gritos tarda más de un día en regresar a tu garganta.

Amablemente y llena de ternura le dices a un niño de 17 años que no bailarás con él porque está demasiado chiquito para ti.

Y, sin embargo, aún no estamos lo suficientemente viejas como para seguir disfrutando de semanas locas en las que, en vez de ser vacaciones para descansar, terminamos agotadas al máximo y de regreso a la triste realidad.




jueves, 2 de abril de 2009

Simple

En este mundo, en este siglo, en estos días en que todo corre a la velocidad de la luz, en que nuestras vidas se rigen por el reloj todo el tiempo, en que pasamos gran parte del tiempo en el trafico, en que dormimos poco, comemos mal y permanecemos en estado continuo de estrés, se nos olvida disfrutar las cosas simples de la vida. ¿Cuántas veces nos detenemos a contemplar algún pequeño detalle que puede sacarnos una sonrisa? ¿Cuánto tiempo dedicamos a hacer cosas por el mero gusto de hacerlas? ¿Qué tan seguido nos concentramos únicamente en nuestra felicidad, sin importar lo que opine el mundo? ¿Nos detenemos, aunque sea un instante, para llenar nuestro cuerpo de buena vibra y disfrutar un completo bienestar? Creo que, generalmente, vivimos preocupados por nuestro alrededor, por los demás, por las exigencias, por las presiones, por todo lo que suceda sin dejar momentos reservados únicamente al disfrute y la felicidad. No quiero sonar a Dalay, pero estoy convencida de que este ritmo de vida no nos va a conducir a nada bueno. Y es este tema el que ha ocupado mi mente últimamente y, de cierta forma, me ha hecho tomar algunas decisiones para estar mejor en todo sentido.

El otro día, en un estado de completo agotamiento, decidí no hacer más que ver la tele. Me topé con una película bastante mala que, sin embargo, me hizo pensar bastante. Se trata de un señor, como muchos de nosotros, que tiene a la familia perfecta, pero se olvida de disfrutarla por concentrarse en crecer profesionalmente para poder darles lo mejor. Los problemas empiezan cuando le regalan un control, literalmente universal, con el que puede acomodar todo a su favor, saltarse los momentos que le quitan tiempo, evitar las enfermedades y llegar, pronto, a su sueño profesional de grandeza. Al final, obviamente, las cosas terminan mal, muy mal. Afortunadamente (para el señor, que no para la película, pues hace que sea aún peor), todo era un sueño y al final puede aprender la lección y valorar las cosas simples de la vida.

Creo que todos, de cierta forma, nos podríamos ver reflejados en ese individuo. Todos queremos triunfar en la vida, crecer profesionalmente, vivir bien, tener dinero, viajar, comprar, ser importantes y llegar al éxito. Ello me recuerda alguna frase que escuché en algún lado que decía algo así como que el éxito no está en la cima de la montaña, sino en el camino que se recorre para llegar a ella. Y, no obstante, son muchas las veces que olvidamos disfrutar los procesos por sólo enfocarnos en conseguir el resultado deseado. Así, dejamos de lado las pequeñas cosas de la vida que verdaderamente valen la pena en nuestro afán de grandeza, logros y satisfacciones.

Así las cosas, en estos días en que me he sentido bastante bien, he comenzado a fijarme en esos pequeños detalles. Ejemplo: en vez de mirar el reloj cada dos segundo mientras estoy en el tráfico, pensando que jamás llegaré a mi destino, he decidido sonreír mientras observo cómo el perro que se asoma en la ventana del auto de junto disfruta del viento en su cara y cierra los ojitos con una mueca en el hocico que, podría jurar, figura una carcajada. El perro no lo sabe, pero ha logrado mejorar mi día, relajarme y hasta que disfrute el horrendo embotellamiento. Y, aunque sea difícil de creer, el sentimiento de bienestar es inmediato cuando tomamos esta actitud frente a la vida y las adversidades. Finalmente, siempre habrá obstáculos en el camino, constantemente nos toparemos con personas que se esmeren en amargarnos el día e, invariablemente, surgirán situaciones fuera de nuestro control que nos hagan sentir mal; lo que importa es la forma en que nos enfrentemos a ellas y logremos superarlas sin desgastarnos física y mentalmente cuando, tal vez, una sonrisa podría ser la solución.

Todo está en la actitud, por lo que últimamente sólo repito en mi cabeza una canción italiana que aprendí el verano pasado: “andiamo, la vita è bella… la vita è una awentura”. Todo se puede disfrutar, de todo se puede aprender, de todo podemos reír y, lo mejor de todo, podemos compartir este sentimiento de bienestar con todo el mundo.

domingo, 29 de marzo de 2009

Antro(a)pología

A veces, no sabemos exactamente en qué mundo vivimos; sin embargo, hay momentos en que estamos seguros de estar en el mundo correcto, aunque sea por unos instantes. En esos momentos, la vida tiene sentido, somos nosotros mismos, sentimos una felicidad genuina y no nos importa lo que puedan pensar los demás. Yo, creo, vivo en un punto entre dos mundos tan diferentes y separados entre sí que no sé cómo logro sobrevivir en medio de ellos. Por ello, disfruto muchísimo los días en los que logro crear mi propio universo y divertirme muy a pesar de lo que puedan pensar mis conciudadanos en cualquiera de mis dos mundos. Sé que criticarán mucho estas líneas, pero también sé que no me importa, pues la energía que invadió mi cuerpo durante este fin de semana ha logrado encender una chispa que llevaba muerta mucho tiempo.

Hay muchas personas que no encuentran el chiste de ir “de antro”. Para ellos, pagar $100 por estacionar el coche, $200 de cover y $1000 por una botella, después de haber pasado un tiempo insufrible en la cadena rogando a un tipo que nos deje entrar, no tiene sentido y, peor aún, va en contra de cualquier sentido de dignidad que pueda tener un ser humano. Una vez dentro del lugar, la crítica se concentra en la falta de espacio vital, el excesivo volumen que revienta los tímpanos, la falta de originalidad de la gente al vestirse (todos los niños con polo de algún color y jeans) y, para los más quisquillosos, en el tipo de música que logra prender a tanta gente. Y, lo peor de todo viene cuando a alguien se le ocurre afirmar que en un antro hay “niños bien” y que por ellos es que nos gusta ir… en fin.

A mí me gusta mucho ir de antro y, desgraciadamente, fue algo que dejé de hacer por más de un año, creyendo que ya no los disfrutaba tanto como cuando era una tierna adolescente. Estaba equivocada. En el último mes he ido de antro un par de veces y, aunque acepto las críticas de todos los que siente asco por esos lugares, para mí siempre es una experiencia increíble y en la que me puedo perder completamente. Desde el maquillaje, los tacones y la cadena hasta el vodka de $90, la hora de música electrónica y la falta de espacio suficiente para bailar, todo es parte de la experiencia que me hace flotar, bailar con los ojos cerrados, sentir las vibraciones de la música en mis venas y olvidar mis problemas por un par de horas. Además, la experiencia puede tener matices sicológicos positivos, como cuando te ahorras el tiempo de cadena por haberte arreglado adecuadamente (a ojos del cadenero), o como cuando no pagas cover porque el de la entrada te regaló una pulsera que dice “Niña bonita. No paga cover”, o como cuando logras robar un par de sonrisas y miradas coquetas al hombre que baila dos mesas más allá de la tuya. Y, lo más importante de todo, no hay una ida de antro completa si no es con la compañía adecuada: cuando tus amigos se la pasan igual de bien que tú, cuando todos gritan y bailan de alegría, cuando la botella se acaba a la velocidad de la luz y cuando una de tus amigas termina tomándose fotos con el mesero, sabes que has concluido una noche perfecta en compañía de las personas adecuadas.

Así, no pretendo hacer una defensa de la industria antrera, sino mi humilde apología a ese mundo, que parece ser el mío. Finalmente, como individuos tenemos la libertad de escoger entre lo que nos gusta y lo que no, lo que nos hace sentir bien y lo que no, lo que nos hace ser felices y lo que no. Y en este constante crecimiento y proceso de maduración, siempre es satisfactorio tirar algunas barreras y poder levantar la cara ante uno de los mundos que critica nuestra forma de divertirnos. Al que le gusta el mezcal, que beba mezcal; al que le gusta Wagner, que escuche a Wagner… a mí me gusta ir de antro.


jueves, 26 de marzo de 2009

Extraño, real y reconfortante

Volvemos, espero que por última vez, a las situaciones hipotéticas.

Fernandita se alejó lentamente del grupo en donde se encontraban Pepito y Juanita en amena plática; se había despedido de él con desgano y a ella ni la había volteado a ver. Caminaba por un camino oscuro, tratando de mantenerse entera, por lo menos hasta que llegara a la soledad de su coche, donde podría desmoronarse a gusto. Mientras su cuerpo parecía fuerte, su corazón se encogía al mínimo y por su mente cruzaban todas las groserías que se le podían ocurrir en ese momento. Al subirse al coche, Fernandita encendió el radio a todo volumen y puso el disco en su canción favorita: “I don’t wanna be the blame, not anymore. It’s your turn, so take a seat we’re settling the final score.” Al escuchar esas palabras, decidió que las haría su filosofía: dejaría ir su sentimiento mierda y de culpabilidad y empezaría a ver que Pepito no resultó ser una hermana de la caridad. En ese momento, lo único que quería era hablar con una persona… sólo con ella, con la que menos se hubiera imaginado, con la que jamás había cruzado una sola palabra, pero con la que ese día se había establecido un nuevo lazo. Fernandita sabía que sólo esa persona podría entenderla, pues había transitado el mismo sendero un tiempo atrás. Ambas habían descubierto y aceptado que las culpas no eran suyas, sino de él. Fernandita descubrió que había patrones muy claros en la vida de Pepito, patrones en los que ella había terminado involucrada y, ahora, sólo una persona podría comprenderla y ayudarla a salir del vacío.

¿Se puede extrañar a una persona con la nunca se ha estado? ¿Se puede tener una necesidad urgente de hablar con alguien con quien nunca se ha cruzado una sola palabra? ¿Cómo explicar una sensación tan extraña y un cambio tan súbito en el pensamiento? Me queda claro que la vida suele darnos sorpresas muy grandes cuando menos las esperamos, pero cuando más las necesitamos. Ayer, en definitiva, fue un día muy extraño en el mundo blog: mientras la lectura de uno me tiró al suelo, la lectura de otro (cuya autora, inteligentemente, sabía que yo leería) me devolvió un rayo de esperanza. Del primer blog, de la saña con la que parece haberse escrito y de la historia tan bizarra que parece contar no voy a hablar, pues no tiene caso y no pretendo darle importancia. Es el segundo blog el que volteó mi vida en dos segundos, el que sí merece mi atención.

Es extraño darse cuenta que la vida puede voltearse súbitamente, completamente, de cabeza; la persona que suponíamos odiar se convierte en aquella con la que queremos hablar; la persona que amábamos se convierte en la memoria que necesitamos guardar en un cajón que no volveremos a abrir en mucho tiempo. Y, una vez más, se confirma la existencia de ese universo femenino que los hombres jamás lograrán entender. Sólo las mujeres pueden entender ciertas cosas y, además, reírse juntas de la cara de confusión del sexo masculino ante situaciones inverosímiles.

La vida cambia, y son esos cambios los que la hacen tan complicada y divertida a la vez… y en días como hoy, verdaderamente reconfortante. En días como hoy, como cualquier otro, uno se da cuenta que, a veces, las primeras impresiones no son lo más importantes; que las referencias que nos den de una persona nunca deben tomarse como ciertas y que, mejor, hay que darnos la oportunidad de hacer nuestro juicio propio; que si un problema no es nuestro, no debemos hacerlo nuestro, pues es un juego en el que nadie gana; que, además de los amigos, siempre puede haber más personas que nos entienden y tienen empatía con nosotros; que el perdón y un “borrón y cuenta nueva” puede ser verdaderamente revitalizador y que, no importa lo impensable de una situación, todo puede suceder.

Creo que hoy inicia un nuevo capítulo en mi vida. No puedo esperar que todo sea perfecto de un día para otro, pero sí puedo repetir que estoy abierta a lo que venga, con esta nueva madurez que he descubierto y con un nuevo ánimo de hacer las cosas un poco mejor. Nuevamente, un fracaso me ha ayudado a confirmar que los amigos valen más que cualquier cosa y que es sin ellos sin los que no podríamos vivir… el amor viene y va, los amigos permanecen y, con suerte, aparecen nuevas amistades con personas con las que tenemos más cosas en común de las que alguna vez quisimos aceptar… “las piedras rodando se encuentran” o, tal vez, se encuentran quienes tropiezan con la misma piedra… c’est la vie!