C'est moi



Je veux de l'amour, de la joie, de la bonne humeur... découvrir ma liberté... bienvenue dans ma realité.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Anyone out there?

Y este es mi deseo para 2011... así, completito, aunque las 12 uvas no alcancen.



Y de los propósitos... luego hablamos, jeje.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Love hurts...

El otro día, en un largo y divertido recorrido por Reforma, tuve una plática interesante con una persona con la que últimamente tengo muchas pláticas interesantes; fue de esas pláticas llenas de argumentos encontrados que suelen quedarse en mi cabeza, dar vueltas por un rato y terminar aquí, en una entrada que busca ordenar las conclusiones a las que llegué en el proceso de reflexión. El tema, el amor (¡vaya novedad!); los argumentos; las diferentes formas que hay de verlo y de vivirlo, cómo controlar las emociones y cómo expresar los sentimientos; la conclusión (al menos la mía), soy y seguiré siendo una idealista empedernida e ingenua, pero así me gusta.


Así como un americanista y un chiva nunca lograrán ponerse de acuerdo, resulta casi imposible que alguien concuerde con mi visión del amor, sobre todo si el debate involucra a un realista de un lado de la mesa, y a una idealista del otro. Dentro de las múltiples ideas que surgieron en la plática, hubo una sobre la que me quedé pensando. Resulta que, desde mi punto de vista y de alguna manera muy retorcida, el sufrimiento es parte esencial del amor. Amar a veces duele, y muchas veces sabemos que va a doler… Pero es parte de la experiencia, de sentirla en todas sus facetas y hasta de disfrutarla y aprender de ella. Una lágrima derramada por amor es, en definitiva, diferente y hasta cierto punto especial.


El argumento contrario es que el ser humano busca la seguridad y supervivencia por instinto, lo que forzosamente debe conducirlo a evitar experiencias que lo hagan sufrir, que lo vayan a lastimar. La típica situación de “pégame, pero no me dejes” resulta lo más irracional e inverosímil para quienes defienden esta postura. Efectivamente tiene todo el sentido del mundo preguntarse qué rayos hace una mujer permaneciendo junto con un hombre que le pega y la maltrata; sin embargo, muchas veces la respuesta “lo amo, a pesar de todo” tiene cabida en este escenario. Y, aclaro, no es que esté a favor de la violencia o que justifique a quien permite que la lastimen, humillen o denigren; simplemente creo que muchas veces es casi imposible ser completamente racionales.


Ya lo había dicho alguna vez en otra entrada, el amor no se piensa, no se planea, no se racionaliza, sino que se siente… y punto. Y sí, muchas veces terminamos enamorándonos de la persona incorrecta, de alguien que sabemos perfectamente que no es la indicada para nosotros, de quien tiene mala fama y podemos advertir con anticipación cómo será el golpe. Y aún así nos enamoramos. Es en ese punto en donde entra, si uno quiere, la parte racional de decidir estar o no con esa persona; pero eso no es, en forma alguna, controlar el amor que sentimos, sino simplemente decidir qué haremos al respecto: entregar el corazón, advertidos de las posibilidades de que nos lo devuelvan en cachitos, o alejarnos con paso firme, intentando no mirar y arrepentirnos de no habernos dado la oportunidad. Y ambas opciones duelen.


Probablemente sea una tontería y el más grande atentado contra la racionalidad de supervivencia, pero no me imagino otra forma de ver, sentir y vivir el amor. Me rehúso completamente a tomarlo a ligera y abandonar el juego cuando empiece a ponerse serio y exista la mínima posibilidad de salir lastimada. He llorado muchas veces por amor y sé que volveré a hacerlo, pero no por ello dejaré de enamorarme una y otra vez. Me rehúso a convertirme en alguien que camine por la vida tomando y dejando lo que puede, sin darse la oportunidad de entregarlo y recibirlo todo en el camino. Me niego, rotundamente, a renunciar al amor, a la idea del príncipe azul y a la ilusión de encontrar a la media naranja, la cual nunca será alguien que embone perfecto en mi rompecabezas, pero sí quien lo completamente de una forma casi perfecta y, sobre todo, divertida.


El amor duele y puede doler mucho… y aunque es uno de los dolores más horribles que he experimentado y para el cual no hay analgésico, creo que es algo que un ser humano, necesariamente, debe experimentar una, dos, tres… muchas veces en su vida, si en verdad quiere llamarse humano.


PS: y no, no estoy de emo, ni soy masoquista, ni creo que sólo haya dolor en el amor. Y sí, esta entrada lleva una clara dedicatoria.



domingo, 19 de diciembre de 2010

¿De qué se ríe Santa Claus?

Pues resulta que ahora soy una persona muy informada que escucha diferentes noticieros en la radio durante el largo recorrido de las mañanas. He de reconocer que no es la forma más alentadora de iniciar mis días y que, generalmente, extraño mis mañanas acompañadas de mi iPod y buena música que me ayude a terminar de despertar y ponerme de buenas. En medio de muertes, tiroteos, corrupción, grillas políticas, decepciones y anécdotas por demás inverosímiles de la vida pública nacional e internacional, el otro día escuché a un analista preguntar: “bueno, y en medio de todo esto, ¿de qué se ríe Santa Claus?”. Y, como era de esperarse, en ese momento dejé de poner atención a la entrevista y me quedé pensando sobre esta cuestión, pues basta una simple mirada alrededor de nosotros para darnos cuenta que es completamente válido plantearla en estos tiempos.


Nunca he pretendido que este espacio sea uno consagrado a la discusión política y no pretendo que comience a serlo ahora. Sin embargo, no hace falta hacer referencia al increíble “mundo al revés” en que vivimos actualmente para preguntarse qué le causa tanta gracia a aquel gordito barbudo. El ámbito personal también puede dar razones de sobra para dudar de la sinceridad de la risa de cualquiera que esté a nuestro alrededor: la escuela, los finales, el trabajo (o la preocupante ausencia de éste), el novio (o la triste inexistencia de éste), los amigos, los no-tan-amigos, la familia, el jefe, los hermanos, la gente que insiste en meternos el pie y las personas que no dejan de amargarnos la existencia… todo puede ser causa suficiente para que resulte un poco difícil lanzar ho-ho-ho’s al aire.


Pero Santa sigue riendo… ¿De qué? ¿Por qué? ¿Ríe solo o hay aún quien lo acompaña?


Últimamente me he dado cuenta de que, efectivamente y si nos empeñamos en encontrarlos, tenemos muchos motivos para no reír. Y, sin embargo, siempre es más fácil encontrar un motivo para reír, pues suelen ser más simples, más bobos, más comunes, más al alcance de todos. La clave, la cosquillita inicial que puede desatar una carcajada, es la forma en que decidamos ver el vaso y la actitud que decidamos tomar frente a la vida.


Una reunión con los amigos en la que queda demostrado, una vez más, que no importa lo malo que pueda ser el panorama individual, siempre nos tendremos los unos a los otros para llorar a mares y reír a carcajadas; unos mensajes coquetos que sacan una sonrisa más grande de lo que en realidad quisiéramos y deberíamos permitir; la ilusión de ver a viejos amigos y vivir increíbles experiencias de este lado del océano; el orgullo de ver triunfar a nuestros seres queridos y poder sentirnos honrados de estar ahí para compartirlo; la posibilidad de amanecer todas las mañanas convencidos de que ése será el día en que vamos a brillar y probarle al mundo de lo que somos capaces; una cena con las amigas en la que las locuras hacen que sea imposible parar de reír hasta que el estómago duela, pues lo que no se le ocurre a una se le ocurra a la otra… En realidad, ahora que lo veo así, tengo muchos motivos para reír.


Y entonces, si cada uno de nosotros decidiera ver el vaso un poco más que medio lleno y darse cuenta de esas pequeñas cosas que son motivos suficientes para reír, tal vez el panorama en general sería más agradable y, en definitiva, no tendríamos duda de que Santa, todavía y afortunadamente, tiene muchas razones para reír. En estas épocas suelo ponerme un poco más cursi de lo normal (lo acepto), pero creo que no necesitamos una efeméride en particular para mirar a nuestro alrededor y decidir ver la vida con un lente un poco más positivo… Creo que Santa ríe todo el año, el problema es que sólo en estas fechas nos detenemos a escuchar su carcajada y a pensar un poco en el porqué de ella.


jueves, 25 de noviembre de 2010

Excuse me sir, which way to...?

Y esto es lo que sucede cuando uno tiene toda la vida planeada (o al menos eso cree) y las cosas no salen como se habían imaginado: ¡caos!. O, pero aún, nos cegamos ante los nuevos caminos que pueden estar apareciendo en frente…

Sin embargo no podemos ir por la vida a la deriva, sin un rumbo medianamente definido. No es posible caminar sin tener una ruta establecida de alguna forma, un ideal al que queremos llegar y, al menos, una vaga idea de los pasos que hay que emprender para llegar a él. Entonces, ¿cuál es el punto intermedio? ¿Qué tan definidos deben estar nuestros planes? ¿Cómo podemos hacerlos más flexibles sin perder el objetivo?


Hace algún tiempo, concluí una etapa de mi vida por cuestiones de este tipo. Haber trazado una ruta tan clara, tan definida, tan larga, me asustó y me hizo darme cuenta de la ausencia de posibilidades en caso de que el camino debiera torcerse en algún punto si las cosas salían mal. En ese entonces, intenté resolver el asunto argumentando que me parecía mejor trazar el camino con una línea punteada, pues las interrupciones en el trazo permitían modificar el rumbo de una manera un poco más sencilla. Al final, ni una línea sólida ni una punteada funcionaron y fue necesario borrar todo y volver a re-dibujar el camino en una dirección completamente diferente.


Ahora no sé qué tipo de línea debo trazar. A lo lejos, en el largo plazo, veo la meta, la cima a la quiero llegar, la posición que deseo ocupar. No obstante, no logro descifrar el mejor camino: recto, punteado, con bifurcaciones o bien definido. Y luego intento no tomármelo tan en serio, no preocuparme tanto, tomar lo que venga y sacarle el mejor provecho. Y, a veces, las energías se renuevan y sueño cosas nuevas. Y a diario me repito que todo está bien, que todo llega a su tiempo, que no estoy corriendo una carrera contra nadie. Y, sin embargo, hay días en que todo esto no funciona. Y...y esto ya se está volviendo muy personal.


domingo, 7 de noviembre de 2010

Amor ¿sin barreras?

“¡Ay mijita! En mis tiempos…” Típica frase de abuelita que hemos escuchado una y mil veces. Las abuelas (tías, mamás, vecinas o viejas chismosas, lo que gusten) suelen usar esta frase ante las nuevas formas de vida que tenemos actualmente, pero, sobre todo, frente a las nuevas formas de relacionarnos con otras personas. Es impresionante ver lo mucho que ha cambiado nuestro entorno en (relativamente) pocos años. Las nuevas tecnologías y herramientas de telecomunicación han revolucionado completamente la manera en la que vemos el mundo y nos enfrentamos a él. Y, se supone, todo es mejor ahora…


Durante los últimos meses he vivido diversas experiencias que me han hecho valorar (tal vez sobrevaluar) nuevas herramientas como Facebook, Skype, Messenger, los celulares, la Blackberry… and the like. La posibilidad de hablar con mi familia cada noche, aun cuando hay un océano entero separándonos; la facilidad de mantener el contacto con amigos que viven en rincones opuestos del mundo; la oportunidad de mantener relaciones a distancia y lo sencillo que resulta enterarse de las novedades al otro lado del planeta, son todos resultados de las nuevas formas de comunicación con las que contamos. Y, en realidad, creo que es de agradecerse que el mundo sea ahora así de pequeño. Sin embargo, pensando al respecto, descubrí que estas nuevas herramientas también afectan la forma en que nos acercamos al amor… y para ello no necesariamente hay que estar a kilómetros de distancia, sino que un par de pisos en el mismo edifico podrían ser suficientes.


Pensemos que hace 150 años una chica debía esperar semanas, tal vez meses, para recibir unas cuantas líneas de algún joven pretendiente; hace 50 años, había que esperar una llamada de teléfono, si los horarios, las líneas y las operadoras lo permitían; hace 10 años, los inicios del celular permitían localizar al susodicho casi en cualquier momento; hoy, basta con escribir unas letras en el Blackberry Messenger (por ejemplo) y esperar impacientemente a que llegue la respuesta con una ansiado “turún”. ¿Será que todo esto hace esta experiencia más sencilla? ¿Podemos decir que las nuevas tecnologías nos permiten enamorarnos más rápido? O por el contrario ¿estos nuevos instrumentos quitan parte de la magia del amor?


Concuerdo, definitivamente, con que estas nuevas tecnologías hacen que las relaciones personales sean un poco más impersonales. Es padre poder estar platicando todo el día con alguien, pero sería más padre si esa conversación fuera frente a frente y no mediante un Blackberry. Y por más que las caritas y demás “emoticons” nos permitan demostrar de alguna forma lo que sentimos o intentamos decir, siempre he preferido ver expresiones humanas genuinas, la manera en que alguien sonríe, la forma en que brillan sus ojos y las tarugadas que se pueden llegar a hacer cuando estamos nerviosos. Y sí, lo acepto, para personas como yo puede que estas conversaciones sean más fáciles de sobrellevar, pues se puede tomar el tiempo que sea necesario para pensar la respuesta correcta y no cometer errores con cada comentario que sale de nuestra boca… Sin embargo, esto también nos lleva a crear falsas imágenes de nuestro interlocutor y, por supuesto, elimina completamente la chispa de la espontaneidad.


Entre una larga conversación en un chat, una interminable llamada por teléfono o una amena plática en un café, yo prefiero la última. O ¿será que ahora todo ello son los pasos 1, 2 y 3 para acercarnos a una persona? ¿Si logramos llegar al café, después del chat y la llamada telefónica, significa que hay posibilidades de ir un poco más allá?


Reflexionando al respecto, y de acuerdo a las últimas experiencias, hay algo que me queda muy claro: las mariposas en el estómago se sienten igual, sea esperando una carta o el “turún” de mi blackberry.


miércoles, 27 de octubre de 2010

And I'm Back!


Sí, un gran paréntesis… Eso son los días de abril a hoy en este espacio. Y no es que no haya habido nada que contar, pues, todo lo contrario, hubieron infinidad de experiencias, reflexiones, preguntas, (pocas) respuestas, sueños, decepciones, logros, fracasos, alegrías, tristezas y todo lo demás que suele motivarme a escribir algunas letras. Sin embargo, creo que la musa decidió no acompañarme en estos meses o decidió disfrazarse de desidia e impedir que escribiera todo lo que tenía pensado compartir. Pero hoy, buscando pretextos para entretenerme frente a la computadora y no leer para mi tesis, visité un blog (http://thisischio.blogspot.com/) que me encanta y que hace que me den ganas de escribir cada vez que lo leo.


Hoy, probablemente más que nunca, hay demasiadas ideas revoloteando en mi cabeza y puede que regresar al antiguo hábito de reflexionar sobre ellas e intentar ordenarlas para subirles a este espacio me ayude a… eso, precisamente, ordenarlas y decidir hacia dónde quiero ir ahora. Así que, a los (pocos) que se den una vuelta por aquí de vez en cuando, les aseguro que, nuevamente, encontrarán siempre cosas nuevas que leer y, si gustan, comentar.


Y, como aún hay mucho que escribir…. here we go again.

lunes, 12 de abril de 2010

Quand vous irez en France...

Hay muchas cosas que se deben saber antes de ir a Francia. En primer lugar, sepa usted que aún cuando no tengan mucho que ofrecer, los franceses siempre tendrán una buena botella de vino que sacarán de la cava en su honor… Nunca olvide que es la última, incluso si no es verdad. Los franceses siempre han considerado a los ingleses como sus aliados naturales, lo mismo que las francesas; pero si cree que ellas irán a la cama con usted después de un endiablado cancán, prepárese para llevarse grandes decepciones. Las francesas están lejos de ser tímidas, tanto las jóvenes como las más grandecitas, y usted podrá fácilmente ganar su amistad, la cual no deberá confundir con algo más.


No vaya usted a creer que a los franceses no les gustan los extranjeros: antes de la [segunda] guerra había 3 millones de ellos entre los 39 millones de franceses. Esto, sin embargo, no significa que los franceses se interesen mucho en “el otro”; de hecho, lo que más les interesa es la France, persuadidos de que es un gran país con una civilización avanzada.


Vaya deshaciéndose de la idea del “típico francés”, pues si usted los conoce por vez primera en el norte del país creerá que todos son serios y callados; mientras que si su punto de desembarque es el sur, creerá que son habladores y ruidosos.


Su presidente reina como un rey, salvo que sí es elegido. Completamente inútil que usted intente conocer los partidos políticos pues al poco tiempo habrán cambiado de nombre y emblema. Los franceses están dispuestos a todo con tal de defender sus libertades políticas e individuales; están completamente apegados a los valores republicanos, sobre todo a la “libertad” y la “igualdad”, en detrimento de la “fraternidad”. Este famoso slogan no ha hecho más que reducir el snobismo social al mínimo, pues cada francés se siente tan valioso como su vecino y se considerará insultado si un extranjero no se dirige a él con un “monsieur”. Para ellos, el orgullo nacional no excluye en forma alguna la lealtad regional.


Los franceses gastan menos que otros en la decoración de sus hogares, pero de cualquier forma se vive mejor con ellos gracias a su talento culinario. Los espacios de sus departamentos suelen ser muy pequeños, lo cual les importa poco pues pasan sus días en el café.


No se preocupe cuando vea a dos personas hablando enérgicamente: se trata de intelectuales intercambiando sus puntos de vista sobre diversas ideas abstractas; la violencia no es más que superficial, pues en el fondo son la tolerancia misma… salvo cuando se trata de ponerse frente a las autoridades. Los franceses, por principio, no obedecen las reglas e indicaciones de cualquiera que porte un uniforme, porque de hacerlo estarían atentando contra su libre albedrío.


Si usted organiza un partido de futbol no olvide invitar al señor alcalde del pueblo; él es el único capaz de resolver las controversias sobre los boletos de entrada y la circulación para llegar al estadio. Si lo que quiere es hacerse de amigos en la región, mejor organice una carrera de bicicletas. Y en cuanto a los juegos de cartas, no se sorprenda si encuentra que los franceses alcanzan un estado máximo de ansiedad y excitación.


Los soldados británicos que desembarcaron en Normandía recibieron estos consejos en un panfleto llamado Instructions for British Servicemen in France 1944, el cual acaba de ser editado por la Universidad de Oxford. Es el tipo de libro que solemos encontrar junto a la caja en las librerías. Ahí es donde yo lo encontré, hace unas semanas, en Hatchard’s [Atchags, según lo pronunciarían los franceses] en Londres, al tiempo que el vendedor decía “Usted verá, es aún muy útil”… (Pierre Assouline, Le Monde, 10 de diciembre de 2006).


Es un texto que me dieron en mi clase de francés para leer y analizar. Decidí traducirlo y compartirlo pues resulta que sí, aún es muy útil… Los que hayan tenido la oportunidad de “convivir” con los franceses no me dejarán mentir; y los que aún no han tenido el gusto, ya tienen unas cuantas recomendaciones a seguir para ese primer encuentro.

lunes, 22 de marzo de 2010

Welcome to adulthood

Una amiga me recomendó leer un artículo del New York Times con el cual me identifiqué de forma impresionante. Probablemente si lo hubiera leído hace una semana me hubiera parecido bueno o incluso cómico, sin embargo, hoy me pareció completamente una realidad… y no sé si me gusta saber que últimamente me encuentro en esa etapa de la vida donde las relaciones no se buscan ni se construyen, donde no hay primeras citas, donde la espontaneidad rige los encuentros amorosos y donde “la amistad evoluciona hacia un encuentro sexual y regresa a la amistad al día siguiente”. ¿Se trata de un cambio generalizado sobre la concepción del amor? ¿El siglo XXI, la tecnología, las nuevas preocupaciones y el acelerado ritmo de vida nos impiden tener relaciones estables y formales? O más bien, ¿a toda persona le pasa que al llegar a cierta edad—alguna, cualquiera que esa sea—deja de soñar con encontrar a su media naranja y se conforma con hacer (d)el amor de forma más simple y sin ataduras? ¿Es este es el nuevo realismo que hemos de aceptar?

Pues yo no soy realista, en ningún aspecto, en ningún ámbito de mi vida, le guste a quien le guste. Lo acepto, con respecto al amor soy una hopeless romantic, que sigue soñando con encontrar al príncipe azul, a quien le encanta recibir un rosa y guardarla en un libro, que gusta de pintar la vida de rosa y disfruta flotar de nube en nube cuando Cupido atina con su flecha. Así como me niego a aceptar que el amor pueda resumirse a cuestiones químicas, también me niego (o negaba) a entrar a ese nuevo mundo del amor a medias, con conformismos y sin esa chispa de cursilería que lo hace tan especial.

El problema es que no siempre podemos resistirnos… El ámbito corrompe, siempre lo he dicho y tristemente hasta en el amor puede ser cierto. Y entonces llega un día en el que terminas besando al individuo que acabas de conocer en la fiesta; después, el día en que amaneces en una cama ajena sin siquiera saber el apellido de tu acompañante y, finalmente, quizás llegue el día en que dejas de creer en el amor. Es un proceso por el que atravesamos sin siquiera darnos cuenta. A los 13 años, un beso es muy importante, aún conserva su significado… algunos años después, un beso es eso: sólo un beso… pareciera que tenemos muchos guardados en la boca para regalarlos a cualquier postor, no al mejor, no al que verdaderamente lo merezca. ¿Estamos condenados a que pase lo mismo con todo el amor que tenemos para dar? ¿Y si resulta no ser una reserva eterna y sucede que cuando llega el indicado ya no estamos en condiciones de poner todo de nuestra parte? ¿Será posible llegar al punto de ni siquiera creer que exista “el indicado”?

En un momento clave de mi vida, viviendo una etapa irrepetible, aprendiendo lecciones cada día y (re)descubriéndome en infinidad de aspectos, el artículo del New York Times cayó como anillo al dedo. Esta semana me sentí como en una escena de Sex and the City y, sin contar Nueva York y los Manolo Blahnick, no es esa la forma en que quiero vivir el amor. ¿Es aún tiempo de dar marcha atrás? ¿Aún es posible que unos tragos entre amigos y una primera cita sean cosas completamente diferentes o estamos condenados a pasar de una cosa a la otra sin darnos cuenta? Hoy hay muchas preguntas en mi cabeza… la única respuesta: aún creo en el amor, cual una niña llena de ingenuidad y esperanza, y me rehúso a convertirme en una “persona adulta” en ese aspecto.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Pince-moi!

Hay sueños que parecen realidad… y hay realidades que parecen sueño. Hoy quiero hablar de las segundas… de esos momentos que confunden e inquietan, pues da miedo despertar y ver que efectivamente todo era sueño. Sabemos que es real, pero es tan bueno que sigue dando miedo creerlo, vivirlo, disfrutarlo; es cuando decimos “too good to be true”. A veces el mundo decide ponerse de nuestro lado y no sólo facilitar las cosas sino, además, embellecerlas y perfeccionarlas…

Mi ciudad favorita, el escenario perfecto, la compañía ideal, la música adecuada, un encuentro azaroso y una divertida persecución, una velada increíble y dos palabras incomprensibles que desde ese momento empezaron a tener un significado especial. Uno, dos, tres, cuatro días maravillosos, una foto que no ha conseguido ser tomada, infinidad de pláticas y errores fonéticos, pizzas, crepas, cafés y libros… y la luz de la Torre de testigo. Lo pellizco, me pellizca… no es un sueño, pero sigue costando trabajo creerlo.

El problema de esta realidad es que parece volar y me horroriza pensar que se puede escapar de mis manos sin siquiera haberla disfrutado lo suficiente.


lunes, 25 de enero de 2010

La familia no se escoge


Se supone que la familia es el núcleo básico de la sociedad; el grupo mínimo en el que nos desarrollamos y damos nuestros primeros pasos para enfrentarnos al gran monstruo social que nos espera tras la puerta y que se vuelve más grande conforme crecemos. La familia suele ser el principio y el final… de donde partimos y a donde siempre regresamos. Y, sin embargo, hay infinidad de historias familiares que involucran pleitos, separaciones, odio (dicen) y, probablemente con el tiempo, situaciones irremediables, incluso si hay arrepentimiento de por medio.

La fiestas de diciembre siempre me hacen pensar sobre la familia y, sobre todo, las personas que están solas y que no tienen a nadie con quien celebrar, a quien dar un regalo, a quien esperar para cenar, a quien abrazar y desear que el año que viene sea mejor. Este año hubo un cambio de escenario en la rutina de mis festividades y nuevas preguntas empezaron a rondar por mi cabeza. La nieta que ya no le habla a la abuela, la abuela que no sabe que tiene otro bisnieto, la hija gritando a la mamá, las hermanas diciendo que no soportan al hermano, el hermano diciendo que las hermanas deben madurar.

La familia es, también, el lugar donde aprendemos a pelear y a molestar al de junto, a ser pacientes cuando nos molestan y a defender nuestros puntos de vista… nos conocemos, descubrimos nuestra esencia y el núcleo familiar suele ser el primer obstáculo a vencer cuando se trata de que el mundo acepte lo que hemos decidido que somos. ¿Qué pasa cuando nos brincamos ese primer obstáculo? ¿Qué sigue cuando decidimos, erróneamente muchas veces, que no podemos confiar en nuestros familiares? ¿Qué podemos esperar cuando dejamos de hablarles a todas esas personas que se suponen son las únicas en el planeta que siempre estarán ahí para nosotros?

Y luego, en la soledad, en la lejanía, cuando no hay una sola persona a quien recurrir, cuando todo es extraño y ajeno, uno piensa aún más en la familia… he pensado mucho en ello últimamente. No se puede negar que hay momentos en que nos desesperan, que sentimos que nadie dentro de ella nos comprende; hay veces en que queremos que nos dejen en paz, que nos den nuestro espacio, que dejen de meterse en nuestras vidas. Pero entonces llegan las circunstancias en que se extraña tener a alguien encima de nosotros diciéndonos qué hacer y qué no hacer, opinando sobre nuestras vidas, aconsejando, molestando y hasta regañando.

La verdad es, creo, que por más que nos quejemos y a veces queramos negarlo, la familia es lo único que tenemos asegurado (con suerte) para toda nuestra vida… no importa cuántas veces la caguemos, siempre podremos regresar con la cola entre las patas y encontrar unos brazos abiertos dispuestos a recibirnos sin cuestionar nada. Dicen que las cosas no se aprecian hasta que se pierden… ¡y qué cierto es! Al final, estar lejos de la familia es una experiencia más de la que podemos aprender mucho. Y con todo esto en la cabeza, sigo sin entender cómo puede haber familias que acaban peleadas de por vida, sin volverse a dirigir la palabra y afirmando odiarse con todas las ganas posibles.

La familia, efectivamente, no se escoge… lidiar con ello es una condición necesario de la vida. Pero, con todo y las subidas y bajadas, a pesar de los amigos que pueden ser casi hermanos y sin importar los pleitos y desacuerdos, nunca dejará de ser nuestro punto de salida y llegada en este constante caminar por el mundo.


Nuevo año... más experiencias

Sí, lo sé… ya ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que escribí algo por aquí. Pero las fechas decembrinas, el final de semestre, la preparación de un viaje y miles de cosas más, inhibieron la inspiración y consumieron el tiempo para sentarse a reflexionar. Sin embargo, durante las últimas semanas me he enfrentado a diversas situaciones que me han devuelto la inspiración… reflexiones con las que pretendo empezar un nuevo año en este espacio… puede que sea un poco más personal, puede que no. Lo que sigue y seguirá siendo una constante es mi forma de ver el mundo, la manera en que me enfrento a él y las ideas locas que cruzan mi cabeza en el camino.