C'est moi



Je veux de l'amour, de la joie, de la bonne humeur... découvrir ma liberté... bienvenue dans ma realité.

martes, 22 de marzo de 2011

Entre lo público y lo privado

“Escribir es hermoso porque aúna las dos alegrías: hablar solo y hablar a una muchedumbre”
Cesare Pavese

El otro día, durante una típica comida familiar sabatina, mientras yo maleducadamente revisaba Twitter en mi teléfono, mi mamá hizo uno de esos brillantes comentarios que las personas solemos hacer de vez en cuando. Platicando sobre algo que había escuchado decir a quién sabe quién, en quién sabe dónde, mi santa madre dijo que “las nuevas tecnologías han acercado a los que están lejos, pero alejado a los que están cerca.” Sus palabras tenían un claro “cof, cof, deja ese maldito aparato en paz mientras comemos” inmerso, claro está. Sin embargo, desde ese día, y a partir de muchas otras cosas que me han pasado recientemente que involucran a la tecnología y a las nuevas (y no tan nuevas) redes sociales, traigo una maraña de ideas en la cabeza. Trataré de ir por partes y en forma clara, intentando aventar algunas ideas al aire sobre las que creo que resulta relevante reflexionar en estos días.

En primer lugar, lo básico: las redes sociales y sus beneficios. La posibilidad de estar conectados con personas en cualquier rincón del mundo y compartir los chismes más urgentes en tiempo real es algo que en verdad debemos agradecer. Aunque soy bastante cursi y me sigue emocionando recibir una carta que venga del otro lado del Atlántico o del Cono Sur de este continente, no puedo negar que prefiero mil veces recibir un “inbox” y responderlo en el acto, o poner “like” a algo que me pareció simpático en un momento determinado. Los sucesos más recientes del mundo nos han confirmado lo útiles y esenciales que resultan las redes sociales en la actualidad, más allá de jugar a la granjita o retuitear el chiste del día.

Además de las claras aplicaciones informativas, en el ámbito personal y en lo público o internacional, algunos nuevos espacios del cibermundo parecen una excelente herramienta para expresar todo aquello que necesitamos gritar al mundo y para lo cual no encontramos un interlocutor adecuado. Un pensamiento romántico, una idea llena de nostalgia, un deseo imposible, un suspiro convertido en poema, un berrinche insignificante o un dolor que viene de lo más profundo del corazón… Todo ello se puede expresar mediante un post en un blog, un status en Facebook, o 140 caracteres en Twitter. Y, una vez que hemos sacado eso que llevábamos dentro, ya no nos importa si alguien lo lee o no, si lo comentan o lo recomiendan, si lo retuitean o si queda perdido en el inmenso mundo de las ideas que llegan a “la red”. Nos basta con saber que lo dijimos “a alguien” y que, probablemente en algún lugar del mundo, ese “alguien” nos comprende.

No obstante, y esto me lleva a mi segundo punto, las redes sociales también han demostrado tener un gran poder e implicaciones increíblemente importantes (y no me refiero a la capacidad de provocar revoluciones y derrocamientos de regímenes). Hace poco tomé una clase sobre el mundo de la comunicación actual y la manera en la que nuestros diálogos se ven afectados por estas nuevas tecnologías. Hubo, en particular, una idea que se quedó rondando en mi cabeza, probablemente porque he atravesado por situaciones incómodas que me hicieron identificarme con ella. El principio básico es que, hoy por hoy, hemos perdido el derecho al olvido; todo lo que alguna vez hayamos publicado en alguno de estos medios puede perseguirnos por el resto de nuestra vida y tener consecuencias que nunca creímos que pudiera tener. Es aquí en donde entra aquella típica frase de película gringa “todo lo que digas puede ser usado en tu contra” o, como lo dijo el expositor “el pasado siempre estará esperándonos en el futuro.” Sí, ya sé, da miedo.

Para probar la veracidad de ello basta con preguntarle a cualquier político que la haya regado (nada difícil) y cuyo video se encuentre publicado en YouTube instantáneamente. También pueden preguntarle, si quieren ejemplos más mundanos, a López Dóriga, a Dulce María o al “Tengo Miedo”, sólo por mencionar algunos ejemplos verdaderamente ilustrativos. Pero cuando decidí referirme a este aspecto riesgoso de las redes sociales no estaba pensando en mi improbable (o probable) futuro como figura pública a quien le puedan sacar un periodicazo dentro de 10 años publicando alguna foto vergonzosa de la fiesta a la que fui hace dos semanas. Más bien, tenía en mente situaciones por las que he atravesado recientemente, a causa de lo que alguna vez publiqué—inocentemente y por la necesidad de expresar las ideas que atravesaban por mi cabeza en una situación en particular—y que le pueden suceder a cualquier mortal, adicto a Facebook, bloggero o tuitero.

Que tu mamá vea alguna foto de la fiesta a la que fuiste cuando le juraste que ibas a estudiar a casa de Chuchita; que tu jefe se entere de que alguna vez comentaste en Facebook que odiabas tu trabajo; o que aquella personita por la que te da vuelcos el corazón te haga notar que no importa lo que le digas, siempre sabe qué es exactamente lo que piensas gracias a lo que escribes en la red. Todo ello nos ha pasado o nos puede pasar, y entonces, además del miedo que ahora le tengo a las redes sociales y por el cual pienso tres veces (no siempre) lo que publico, me pregunto ¿dónde pintamos la raya entre lo que es nuestro y lo que pertenece al mundo? ¿En dónde termina nuestro perfil como empleados de alguna empresa y empieza el que tenemos como individuos? ¿Qué línea delgada es la que divide lo público de lo privado?

Por el momento, no tengo ni un mínimo atisbo de respuesta a estas cuestiones. Por más de que estoy convencida de que es MI Facebook, MI Twitter y MI blog, dado que es MI vida sobre la que escribo; tal parece que el mundo opina diferente y que, efectivamente todo lo que diga podrá, en algún momento, por alguna persona, lo espere o no, ser usado en mi contra. Y entonces surge una duda mayor ¿y qué hago con todo esto que traigo adentro?


miércoles, 9 de marzo de 2011

De oportunidades y retos

Hay momentos en la vida… sí, es común que empiece mis posts con esta frase, pero es que, de verdad, hay momentos en la vida. A veces se trata de paz y tranquilidad, cuando todo fluye y estamos seguros de estar bien plantados en donde debemos estar. Otras veces, llegan las dudas y las crisis que obligan a reflexionar cada paso y cuestionar el camino que alguna vez habíamos trazado. Algunas otras, simplemente aparecen el miedo y la indecisión de hacer lo que sabemos que debemos hacer, pero simplemente no encontramos la fuerza para empezar. Finalmente, hay ocasiones en las que, a pesar de estar seguros de caminar el sendero correcto, los obstáculos deciden aparecer uno tras otro, el mundo parece conspirar en nuestra contra y sentimos que alguna fuerza superior se empeña en que nos demos por vencidos.

El problema es que no siempre podemos estar seguros de en qué momento nos encontramos. O mejor dicho, cuando creemos estar seguros, sucede algo que nos frena en seco y nos obliga a mirar un poco a nuestro alrededor y preguntarnos la medida en la que estamos satisfechos con lo que hemos logrado y lo que nos hemos propuesto lograr. Sin embargo, siempre está la opción de ver todo esto como una oportunidad. Esta pequeña apertura a nuevas opciones no significa que debamos modificar los planes y destruir los sueños, sino simplemente descubrir las razones más profundas que nos motivaron a planear y soñar en esa dirección y así encontrar la fortaleza y convicción necesarias para seguir adelante, venciendo cualquier reto, y le pese a quien le pese.

Lo más importante de este proceso, creo, es la oportunidad de conocer un poco más de nosotros, de nuestras capacidades y nuestras debilidades, de nuestros temores y de nuestras certezas. Y, si sabemos aprovechar bien la situación, podemos llegar al punto de re-descubrirnos en muchos sentidos y darnos cuenta de que nosotros mismos nos habíamos encasillado en categorías que no necesariamente eran ciertas. “Es que así soy.”, “Es que así reacciono cuando ________ (complete con cualquier situación que parece tener siempre la misma reacción).”, “Es que no puedo verlo de otra forma, lo siento.”, “Es que así lo he hecho siempre y me ha funcionado.”

Hoy, una persona, quien tal vez no sepa la manera en la que ha contribuido a subir la temperatura al horno de cocción en el que me encuentro, me aconsejó en este sentido. Sin necesidad de citarla textualmente, el mensaje consistía en darme la oportunidad de probarme a mí misma en situaciones antes inimaginadas y permitirme asimilarlas en su totalidad, sin estar previamente condicionada por la creencia de que reaccionaré en cierta forma porque así es mi carácter. Lo fundamental del argumento es recordar que una de las principales características que distingue a los seres humanos de otros animales de la creación es nuestra capacidad de decidir qué haremos frente a determinadas circunstancias; en otras palabras, se refiere a la oportunidad de usar el cerebro y no conducirnos por el mero instinto o el impulso inmediato.

Efectivamente, me he dado cuenta de que no se vale usar el apellido como justificante de una mala actitud, por insignificante y efímera que parezca. No obstante, eso no desvanece por completo el miedo a que, llegado el momento, nos gane el estómago y terminemos por regarla enormemente y tener que arrepentirnos y disculparnos después. Pero el chiste de todo esto es el aprendizaje que queda al final y, como dicen por ahí, “echando a perder se aprende”. Lo importante, lo primordial, entonces, es estar concientes de nuestros más grandes defectos y de lo mucho que podemos hacer para empezar a corregirlos. El cambio no será de la noche a la mañana, pero la conciencia contribuirá a que cada vez la reguemos menos y, sobre todo, a que nos demos cuenta en el momento en que estamos metiendo la pata hasta el fondo.

Parece que la idea de los espejos que se nos ponen en frente para señalarnos nuestros errores de forma clara, pero amable, se ha vuelto una constante en mi vida… O, tal vez, siempre habían estado ahí y fue sólo hasta ahora que me decidí a mirarme en ellos y aceptar el reflejo que proyectan.

Por lo pronto, y dentro de una larga lista, este es uno de mis principales retos en el corto plazo… go figure it out!