C'est moi



Je veux de l'amour, de la joie, de la bonne humeur... découvrir ma liberté... bienvenue dans ma realité.

sábado, 31 de enero de 2009

¿Love goes on?

Hay ciertas frases que cualquier actor de teatro debe saber y apegarse a ellas como una biblia. En primer lugar “rómpete una pierna” para desear suerte a cualquier actor o actriz antes de salir a escena; “mucha mierda”, en segundo, cuando se junta todo el elenco antes de iniciar la función, esperando que salga excelente; finalmente, “la función debe continuar”. Esas cuatro palabras tienen un significado poderosísimo, pues indican a actores y producción que no importa lo que pase, los errores, los accidentes, cosas imprevistas o lo que sea, la función siempre debe seguir. El público pagó un boleto y no se vale que al primer detallito que se sale un poco de control se cancele todo y se deje a los espectadores sin saber en qué acaba todo el enredo dramático.

En la vida real, sin actores, escenarios y telones, son muchas las veces en las que quisiéramos simplemente tirar la toalla y esperar que el siguiente acto sea mejor que el actual. Sin embargo, si incluso en el teatro se debe continuar (considerando que siempre está la posibilidad de detener la obra), en la vida real no hay forma de bajar el telón y entrar en huelga hasta encontrar un guión que nos guste. Así, tal como en el mundo dramático, la vida debe continuar… y continúa. Por lo menos, las personas reales fuera de los escenarios no tienen un guión que seguir y la condición de llegar al final que está escrito en él. Todo lo contrario, las personas de carne y hueso tenemos la oportunidad, que no siempre la capacidad, de elegir el rumbo que tomará nuestra obra personal cada día, cada hora, cada minuto. Todos los detalles imprevistos y circunstancias que salen de nuestro control nos hacen torcer el rumbo, retroceder, replantear las metas, soñar nuevos finales y, a veces, cerrar capítulos y empezar de nuevo.

¿Sucede lo mismo en el amor? Sin importar lo que pase ¿el amor también debe continuar? Uno de los aspectos más apasionantes en la vida de cualquier ser humano es el amor; no hay nada que se parezca a la sensación de enamorarse, de sentir mariposas en el estómago, de pensar todo el tiempo en otra persona y sonreír mientras se flota de nube en nube. Pero, tristemente, el amor también duele y complica las cosas de una forma impresionante. A veces, el dolor parece excesivo, nubla la vista, confunde la razón y corta los cables de comunicación entre el cerebro y el corazón. Esos son los momentos en los que, si estuviéramos en el teatro, diríamos que la función debe continuar; finalmente, no importan los actos intermedios, al final siempre hay un final feliz (o eso me gusta pensar). Pero ¿de verdad es posible continuar en el amor?

Como todo en la vida real, el amor entre dos personas no se basa en un guión escrito de antemano. Como todo en la vida real, el amor se escribe y define a sí mismo día a día. Como todo en la vida real, en el amor también es necesario, a veces, detenerse un poco pensar, retroceder, torcer el rumbo o cerrar capítulos. Pero, como no todo en la vida real, el amor es algo que cuesta y duele pensar, que no se puede controlar o predecir, y que no es algo sencillo de cambiar. Cuando encontramos obstáculos en la vida debemos superarlos y enorgullecernos de no habernos dejado caer; cuando encontramos obstáculos en el amor, en teoría, tampoco debemos dejarnos caer. Sin embargo, ¿cómo podemos saber si en verdad es un obstáculo o si es una piedra gigante que, sin importar nuestro esfuerzo, jamás lograremos quitar de en medio? ¿Hasta cuando el amor debe continuar?

No creo tener respuestas; tampoco creo que las haya. Como ya he dicho, porque es algo de lo que estoy convencida, el amor no se piensa, sólo se siente. Y si se siente que ya no debe/puede continuar… estamos en problemas.

domingo, 25 de enero de 2009

¿Terquedad o estupidez?

De nuevo la situación hipotética: Juanita insiste e insiste en ser amiga de Pepito. Pero Juanita no es una niña común (creo que no es normal) por lo que tampoco puede ser una amiga común (o normal). Juanita parece ser de ese tipo de personas que está acostumbrada a destacar en todo lo que hace: excelente alumna, deportista, culta, políglota… toda una caja de monerías; por supuesto, su vida social es otro aspecto en el que tiene que destacar. Volviendo a su amistad poco normal, Juanita decidió que, a pesar de lo que pueda pensar Fernandita, es buena idea mandarle mensajes a Pepito todo el día, ponerle apodos a diestra y siniestra e inventar una cantidad de chistes locales a la velocidad de la luz. Juanita está perfectamente conciente, parece, de que ella está siendo la principal dificultad en la relación entre Pepito y Fernandita, pero no está dispuesta a dar un paso atrás. En todo caso, si la relación es un obstáculo y Fernandita no puede lidiar con eso, entonces que ella se haga para atrás; ultimadamente ¿por qué debería importarle a Juanita? O peor aún, Juanita no se ha dado cuenta de la cantidad de daño que está haciendo, no sólo a Fernandita, sino a Pepito, su entrañable amigo. ¿Es terca o simplemente estúpida?

Solución: primero habrá que definir si Juanita es terca o estúpida… o una terca muy estúpida… o una estúpida muy terca. En cualquier caso, creo que ninguna de las dos “condiciones” puede superarse. Si es terca, terca será; si es estúpida… bueno.

¿Qué tan sano puede ser el egoísmo? ¿Cuándo hay que ponerle límites y empezar a ser altruista? No puedo afirmarlo, pero creo que si yo fuera Juanita (sin ser terca y/o estúpida) sabría que es momento de retirarme del escenario. No se trata de no volverle a hablar a Pepito, simplemente de marcarme ciertos límites y ser una amiga normal. Una amiga de esas a las que sólo saludamos en los pasillos de la escuela, con las que platicamos por Messenger algunos días de la semana, a las que les mandamos mensajes en días especiales y con las que, de vez en cuando, nos tomamos un largo café (que no necesariamente termina en noche de cervezas y billar); se trata de ser una de esas amigas que siempre están ahí, sin tener que estarlo presencialmente todo el tiempo. Ese es el tipo de amiga que yo suelo ser.

Por otro lado, viendo un triángulo como el de Juanita, Pepito y Fernandita, uno no puede más que pensar que, descartando la terquedad y la estupidez, Juanita tiene algún “interés” en Pepito diferente a la amistad que tanto necesitaba. Si ese es el caso, se perdonaría el egoísmo y entonces sí: que inicie la batalla entre dos mujeres por un hombre. Si no es el caso, alguien deberá retirarse o ¿es que pueden más la terquedad y la estupidez que el amor y el sentido común? Sé que a mí no me gustaría cargar en la conciencia el peso de haber destruido una relación muy cercana a la perfección, pero ¿quién soy yo para opinar?

jueves, 22 de enero de 2009

¿Dónde está la ciencia cuando se le necesita?

Estando cercanos a concluir la primera década del siglo veintiuno, es simplemente impresionante voltear y ver la cantidad de ciencia que está a nuestro alrededor. Autos, aparatos, medicinas, efectos especiales, viajes al espacio (incluso turísticos), clones, híbridos animales que quién sabe para que sirven, etcétera. Cada día que pasa hay nuevos experimentos, descubrimientos, creaciones, tecnologías y cualquier cantidad de cosas que, se supone, facilitarán un poco nuestro paso por el mundo. Y si cada “hoy” hay algo nuevo, podemos esperar que cada “mañana” traiga algo aún mejor. Yo no dejo de esperarlo, pues, probablemente, alguno de esos maravillosos inventos pueda ayudarme un poco.

El otro día encontré una frase de Bertrand Russel que dice: “la ciencia puede poner límites al conocimiento, pero no debe ponerlos a la imaginación”. Probablemente será el estado de ánimo corriente, mera coincidencia o consecuencia de alguna fuerza extraña que se apoderó de mi cerebro, pero creo estar completamente de acuerdo con el Sr. Russel. ¿Cuántas veces no hemos visto Los Supersónicos y hemos imaginado cómo sería vivir así? En mi caso, siempre he querido tener el cinturón con cohete integrado que se amarra Cometín para volar. Agradeciendo que, en este mundo de prohibiciones, responsabilidades y consecuencias de todo, aún tenemos la posibilidad de imaginar sin ataduras, no debemos ser nosotros quienes pongan los límites. Seamos niños, pues, e imagines todos aquellos artefactos que, si inventados, podrían hacer nuestra vida un poco mejor.

Con esta idea en la cabeza, tras haber ingerido grandes cantidades de Coca-Cola y nicotina (nada más), me puse a imaginar qué sería lo que le podría pedir a un genio (de lámpara o laboratorio) en estos días en que la cabeza, el corazón, el alma y el cuerpo duelen tanto. Mi deseo sería un scanner de sentimientos. Sería así como uno de esos aparatos que toman tomografías que lograra entender y desbaratar la maraña de ideas, pensamientos y sentimientos que suele haber mezclados en mí. Sería una forma mucho más sencilla, y menos desgastante que las noches en vela, de eliminar la confusión y acercarme a respuestas.

Sería verdaderamente maravilloso poder invertir media hora de nuestro día en ese chequeo y terminar con un papelito que dijera algo así como:
Enojo: 30%
Tristeza: 20%
Amor: 30%
Coraje: 15%
Celos: 5%... o lo que sea.

Estoy segura de que el cerebro manda diferentes señales con cada emoción que siente. Pero el cerebro ya tiene bastante con sentir todo como para, además, tener que descifrarlo y ordenar la confusión. El aparato que imagino sería el complemento perfecto para esta actividad cerebral y un analgésico útil para mi alma, que sigue doliendo. Imploro a la comunidad científica a que haga mi sueño realidad. No puede ser tan difícil. Un amigo de Pepe se ganó una beca para estudiar la maestría en Holanda por tener un proyecto que, también mediante un escaneo y un código de colores, identifica cualquier enfermedad que tenga cualquier organismo del cuerpo humano. Vamos… alguien por ahí debe ser capaz de desarrollar lo que yo imagino.

domingo, 18 de enero de 2009

Gente

¡Qué difícil es crecer! Cuando se deja la niñez atrás y se empiezan a tener más responsabilidades de adulto todo se complica. Más allá de las complicaciones, también empezamos a descubrir nuevos aspectos de la vida y de nuestros alrededores. Uno de mis descubrimientos más recientes, y una gran decepción de paso, fue ver que una de mis canciones favoritas de chiquita es una gran mentira. No me gusta ser pesimista ni negativa, pero hay veces en que se puede decir todo menos “viva la gente”. Recuerdo que esa canción me fascinaba de chiquita y, además, le encontraba un gran significado. “Con más gente a favor de gente en cada pueblo y nación, habría menos gente difícil y más gente con corazón.”

Definitivamente hay más gente, más gente y mucha más gente en cualquier lugar al que volteemos; en donde vivo, por lo menos, ya se ha vuelto una situación casi intolerable. Tristemente toda esa “más gente” no está a favor de la gente, por lo tanto, son más difíciles y tal parece que en su corazón sólo caben ellos mismos. El egoísmo se ha apoderado de nosotros y peor aún cuando estamos en el tráfico, en el súper o en cualquier lugar que dé la oportunidad de ponernos vivos y ganarle al que está en frente. Sería interesante contar las veces en las que estando en la calle, haciendo mi rutina normal (y, a veces, cosas no tan rutinarias), pienso “no es posible”. Aun sin haber contado, podría apostar que son muchísimas por día, por hora.

El otro día, justo a la mitad de la temporada navideña, tuve que ir al súper a comprar un par de cosas para una reunión en mi casa; jamás había hecho tantos corajes por minuto y me había tomado tanto tiempo comprar unos refrescos, un par de botellas, unas salchichas y un par de quesos. Bastó estar en el súper cinco minutos para que mi carrito (que ya llevaba cosas adentro) desapareciera. A la vuelta de donde lo había dejado había una mujer echándole cosas muy campantemente; cuando le dije que era mío, sólo puso cara de idiota diciendo que como lo vio ahí creyó que no era de nadie. Obviamente estaba “ahí”; uno no puede ir con el carrito por todos los pasillos debido a que más gente toma la ida al súper como un plácido paseo sabatino en el que caminan lentamente deteniéndose a pensar sobre la inmortalidad del cangrejo a medio pasillo, cada dos pasos. Cuando mi mal humor no podía aumentar más, una señora decidió que era buena idea casi atropellarme con su carrito para después dejarme encerrada entre ella y el mostrador de jamones; me dejó claro que había sido mi culpa (cómo no se me ocurrió volar en vez de caminar por la orillita buscando unas salchichas).

Esto no pretende ser una crónica, pero consideré necesario narrar esa breve pero emocionante experiencia para hacer mi punto: las personas no piensan más que en ellas mismas. No se trata de que todos seamos hermanas de la caridad, seamos realistas; pero si usáramos un poco el cerebro, el sentido común por lo menos, sería más fácil ver que si me empeño en pasar primero, ni yo ni nadie va a pasar. Tampoco creo estarle pidiendo peras al olmo, sino simplemente que sigamos reglas básicas de convivencia social: algo así como que el rojo significa alto, para que los que tienen verde puedan avanzar; o algo así como que si me equivoque de carril no voy a detener todo el tráfico de los tres carriles a mi izquierda para darme una vuelta en U que está prohibida; o algo así como no pararme en triple fila para que mi hijo de secundaria se suba al coche sin caminar diez metros más; o algo así como no hacerle la parada al camión justo donde estoy porque fui incapaz de caminar diez metros hacia el lugar donde hizo la última parada; o algo así como hacer fila cuando hay que hacerla, tener paciencia cuando hay que tenerla y recordar un poco las clases de civismo de primaria.

Cada vez somos, y seremos, más. Creo que es buen momento de empezar a comportarnos como seres humanos un poco civilizados y no empeñarnos en vivir casi en un estado de naturaleza hobbesiano. Está bien si queremos seguir siendo egoístas y viendo el mundo sólo a nuestra conveniencia; pero pensemos que la forma en que nos comportamos actualmente no es buena ni para nosotros. Con nuestras actitudes sólo logramos destrozarnos el hígado, lastimarnos los oídos y, lo peor, educar de esa forma a nuestros hijos… de verdad ¿queremos eso?

miércoles, 14 de enero de 2009

Doler el alma

La mayoría de las religiones del mundo prometen una vida después de ésta. Ya sea el paraíso, la vida eterna, el infierno o la reencarnación, se supone que nuestra paso por (al menos) este mundo no termina con la muerte. No hay duda de que el cuerpo permanece, se pudre; no nos lo llevamos, no nos pertenece. Entonces, hay algo que debe hacerlo, algo que debe continuar viajando, volando, caminando, existiendo, tal vez, siendo. Algunos llaman “alma” a ese algo. Yo no sé si de verdad tengo un alma, mucho menos cómo es o dónde está; sin embargo, creo que el otro día me dio una señal de vida: me dolió. Me dolió el alma. Mientras estaba en una reunión (que no quiero recordar), replanteando mi vida y tratando de ser fuerte, me empezó a doler.

Alguna vez, perdiendo el tiempo en la mañana, escuchaba a ese profesor de yoga que anuncia aceites decir que, para aliviar un dolor primero hay que identificarlo y definirlo (agudo, fuerte, constante, punzante). Si definir un dolor físico, tal como ese sujeto recomienda, es verdaderamente complicado, me parece casi imposible definir la forma en que dolió mi alma. Se sentía como un dolor en el pecho, de esos que aprietan el corazón e impiden respirar. Era similar a la sensación de nervios extremos, sólo que no era en el estómago y, definitivamente, no había mariposas. El estómago se me cerró y no pude cenar. La boca se me secó y ya no pude fumar. La garganta se hizo nudo y ni el buen vino podía pasar. Intenté respirar profundamente, calmarme, incluso reír y acallar mis pensamientos; todo resultó imposible. Mi cabeza empezó a estallar.

¿El alma es más poderosa que el cerebro? Creo que, de cierta forma, mi cerebro fue el causante del dolor. Lo que estaba pensando, las imágenes que pasaban en mi mente, la mala selección de música, y el fallido intento de imaginar un futuro alegre, iniciaron los malestares. Pero, después, el dolor cobró fuerza propia y no conozco un analgésico para eso. Creo que el cerebro planea y el alma presiente; el cerebro grita y el alma duele. Cuando los dos dejan de funcionar, cuando ambos prevén un mañana oscuro, el cuerpo pierde y la razón se esfuma. Y el cerebro puede dejar de pensar, pero el alma no puede dejar de doler. El cerebro, incluso, puede olvidar; el alma no es fácil de sanar… sigue doliendo.

domingo, 11 de enero de 2009

Cuidado: celos trabajando

Situación hipotética: Juanita se hace muy amiga de Pepito en muy poco tiempo; tal parece que eran justo lo que necesitaban en ese momento de sus vidas. Pepito es novio de Fernandita desde hace mucho tiempo, muchos días maravillosos que ninguno quisiera perder. Fernandita no tolera a Juanita, mucho menos, la cercana relación que tiene con Pepito, los chistes, los mensajes, los apodos, las sonrisas. Sí, puede ser, Fernandita está celosa; también, puede ser, que esté conciente de que no hay motivos suficientes para justificar sus celos. Pero Fernandita, como buena mujer, está llena de sentimientos que no puede explicar (celos incluidos) y parece que a Pepito le cuesta trabajo entenderlo. Juanita insiste en ser amiga de Pepito, incluso, sabiendo que eso está perjudicando los días maravillosos que ha habido entre él y Fernandita. Fernandita, por su parte, se da lástima a sí misma por las cosas que ha pensado y ha hecho llevada por los celos… justificados o no, ahí están y son muy malos consejeros.

Solución: no puedo pensar en ninguna… al menos ninguna satisfactoria para las tres esquinas del triángulo. Probablemente, alguno de los tres tendría que hacer un sacrificio. ¿Quién está verdaderamente dispuesto a hacerlo? ¿La amistad y el amor requieren de sacrificios? ¿Qué sacrificios? ¿Qué tan grandes?

Nuevamente, me veo en la necesidad de citar a la Real Academia de la Lengua Española: estar celoso significa sospechar que la persona amada mude su cariño; es decir, sentir que ese cariño que nos pertenece (o que queremos que nos pertenezca) pueda ser alcanzado por alguien más. No estoy muy segura de aceptar esta definición. Los celos no tienen que ver sólo con el amor. Muchas veces estamos seguros de tener el amor y el cariño de la persona que amamos, sin embargo, puede haber dudas o miedo en el momento que hay que compartirlo con extraños (amigos, familia, escuela, trabajo). ¿Siguen siendo celos o se trata de una malsana obsesión loca-posesiva? En cualquier caso, se trata de sensaciones muy peligrosas.

Los celos, o lo que sea que son, como buen sentimiento, no se piensan, no se explican, no se controlan… sólo se sienten. Esa sensación impide comer, pensar, dormir, sonreír, disfrutar. Esa sensación impide vivir. Los celos pueden ser tan fuertes que se apoderen completamente de una persona; pueden, casi, cobrar vida propia y conducir toda acción y pensamiento de quien los siente. El celoso (o la celosa) puede descubrirse a sí mismo haciendo cosas verdaderamente patéticas y que toda su vida había criticado; puede convertirse en uno de esos seres enfermos por los que tanta lástima había sentido en el pasado. Los celos enojan y lastiman; provocan lágrimas y secan el cuerpo; hacen ruido y, lo peor de todo, se convierten en algo constante, como una enfermedad crónica contra la que no se puede luchar, un bicho en el organismo que se rehúsa a salir.

Si el celoso no puede entender o explicar lo que siente, sería casi imposible pedir que el mundo lo hiciera. Y, que quede claro, no es culpa del celoso. Creo que no es culpa de nadie. Así como no se le echa la culpa a nadie cuando se siente amor, tampoco se puede buscar culpables cuando se sienten celos. ¿Quién va a vencer: el amor o los celos? Por lo general me gusta pensar que el amor es suficiente y todo lo puede, pero… (no sé cómo terminar la oración.)

sábado, 10 de enero de 2009

Pepe

No es un nombre, pero sí es una persona. Tampoco es un apodo, ni un diminutivo de “José”. Digamos que es una clave. Me explico:

Decidí que “una persona muy especial para mí” resulta largo y, a veces, complica la estructura de las oraciones; también decidí que no quiero usar su nombre. Me puse a pensar cómo llamarlo. La palabra “novio” no me convenció, pues no es eso. Es mi amigo, mi amante, mi cómplice, mi confidente, mi terapeuta, mi editor, mi consejero, mi fuerza, mi debilidad, el que más me ha hecho reír y el que más me ha hecho llorar… es una persona especial. La falta de creatividad, o exceso de ella, me llevó a intentar formar una palabra derivada de “una persona muy especial para mí”.

Una Persona Muy Especial Para Mí = UPMEPM (imposible de pronunciar)

Persona Especial = PE (suena a siglas de economía: algún precio)

Persona Especial Para Mí = PEPM (casi, pero la M al final no ayuda)

Persona Especial Para MÍ = PEPMI (la M sigue siendo problema)

Persona Especial Para mÍ = PEPI (algo pronunciable, pero no agradable)

De PEPI surgió PEPE, algo real, pronunciable y que puede brindar cierta identidad a esa persona especial. Y como no me fascinan las mayúsculas, será Pepe.

Pepe es una de esas tantas personas con las que me relaciono en este paso por el mundo. Él ha caminado a mi lado por más de un año. Ha habido tropiezos, subidas, bajadas, baches y algunos pozos como los de Neruda, pero ahí seguimos, caminando y caminando, por ahora, por siempre o por hoy… who knows?

miércoles, 7 de enero de 2009

Contra el sufrimiento

Un banner en la revista electrónica en la que publica una persona muy especial para mí decía: “pare de sufrir; deje de pensar”. Creo que me sentí identificada, y por muchas razones. Muchas veces me ha pasado que no puedo dormir, no puedo leer, no puedo manejar, no puedo hablar, no puedo dejar de sufrir por la cantidad de ruido en mi cabeza.

El otro día, en un estado crítico, intenté algo nuevo: subirle al radio. Justo cuando empezaba a funcionar y lograba no concentrarme en nada más que en cantar canciones de los noventa, mi cerebro decidió que aún tenía capacidad para aumentar sus decibeles. Solución: más volumen al radio. Y así fue hasta que el que se rindió fue el radio (de mi coche) pues vibraba todo, se escuchaban crujir las bocinas y las canciones que intentaban ser terapia empezaban a distorsionarse.

¿Qué tan poderoso es el cerebro humano? Me queda claro que es capaz de cosas grandiosas, maravillas impresionantes, inventos revolucionarios y una que otra estupidez (incluso sin alcohol de por medio). Pero muchas veces es malévolo, traicionero y macabro. Esas son las veces en las que dan ganas de tener un switch on/off, con el que pudiéramos dejar de pensar y, de acuerdo al banner, de sufrir. O, por lo menos, alguna forma de ordenarlo un poco, de poder escuchar una voz (o ruido) a la vez. De esta forma, si bien seguiríamos pensando, podríamos pensar mejor y, con suerte, dejar de sufrir. De cualquier forma, entre switch y cajones archiveros, me inclino por el switch.

Tristemente, ambas opciones están fuera de la anatomía humana; habrá que buscar nuevas soluciones, de preferencia, que no incluyan sustancias químicas, alcohólicas o cochinadas parecidas. El radio, creí, sería buena opción, pero parece que no. Creo que es intrínseco al ser humano pensar, y pensar, y pensar y seguir pensando. Finalmente, eso, se supone, nos distingue dentro de toda la naturaleza (aunque aún tengo mis dudas).

Entonces, ¿estamos condenados a sufrir? Siempre estará el chocolate… los dentistas dejarán de sufrir.

domingo, 4 de enero de 2009

Pleonasmo

El otro día escuchaba a Olivia Newton-John decir “I honestly love you”. Sin ofender a esa mujer, ni al que haya compuesto la canción, creo que hay palabras con las que el amor no se puede mezclar, pues constituyen un pleonasmo. ¿Es posible amar deshonestamente? Estoy segura que no, completamente imposible, por lo menos, para cualquiera que se precie de ser humano. Decir “te amo honestamente” es un pleonasmo, tan grave como “salir afuera” o bajar abajo”.

Una persona muy especial para mí, alguna vez, definió el amor de una forma que he decidido aceptar: “el amor es un sentimiento, producto de la individualidad del ser humano, que, en combinación con una atracción física, encuentra la admiración hacia otro y busca un bien común que recae en la felicidad personal.” Creo que el amor es algo que no debe ni puede definirse, sin embargo, esas palabras sirven para hacer mi punto.

El amor, por definición, debe ser puro, verdadero, desinteresado, apasionado, honesto, comprensivo y mágico. Es larga la lista de los adjetivos que no deberían acompañar al amor, pues están intrínsicamente en él; si no, no es amor. Si hay algo que puede ponerse junto al amor, que no constituye un pleonasmo y que sí aporta algo más, una característica extra, es la eternidad. El amor puede acabar; no tiene que durar para siempre y, de hecho, pocas veces lo hace.

Creo que encontrar el “amor eterno” es la máxima aspiración de un ser humano; es el punto más alto al que se puede llegar, después del cual no queda más que disfrutarlo. ¿Hay forma de identificarlo? Es sencillo saber cuándo se ha encontrado el amor: se siente, no se piensa, no se medita, no se duda… simplemente se siente y contra ello no hay nada que hacer. Pero el amor eterno es algo de lo que no se puede estar seguro: el amor puede acabar, súbita e inesperadamente, sin que pueda revivirse sencillamente. El amor puede escaparse, sin que uno lo pida, sin que uno lo quiera… creo que eso es lo que lo hace tan bello y complicado a la vez: llega y se va sin avisar, sin prevenir, sin dar tiempo a que nos preparemos.

Creo que lo único que queda, y no de forma pesimista o conformista, es pensar que el amor también es eterno por definición. ¿Qué puede ser más bello, más excitante, más emocionante y sacar una sonrisa más grande que pensar que el amor que sentimos hoy será algo que sentiremos siempre? ¿Cuál sería el punto de vivir y disfrutar algo pensando que puede terminar? Finalmente, el amor no piensa, no medita, no planea; ¿por qué habríamos de hacerlo nosotros? Hay que dejar ser al amor, vivirlo, sentirlo y soñarlo como algo eterno, algo que nos acompañará siempre. He decidido que en mi vida no existirá la frase “amor eterno”, pues, para mí, también es un pleonasmo.

jueves, 1 de enero de 2009

El mundo y yo

A principios del siglo pasado, Albert Einstein desarrolló su teoría de la relatividad. No soy física ni entiendo de esas cosas, nunca he sido verdaderamente buena en ello; sin embargo, entiendo lo que “relativo” significa. De cualquier forma y para estar segura, decidí consultar el diccionario. La Real Academia de la Lengua Española dice que algo relativo es aquello que “guarda relación con alguien o con algo.” Aunque no sé si, como dicen por ahí, “todo es relativo”, creo que muchas cosas sólo pueden verse de esa forma. Muchos son los conceptos que, para entenderlos, es necesario apreciar como algo relativo; el poder, por ejemplo, no puede entenderse a menos que se especifique poder de quién, sobre qué, en qué términos, con qué fines y a qué costo. La confianza, los logros, los sueños, las derrotas, las virtudes, los defectos, la alegría, la tristeza, los celos, las enseñanzas, el odio, el desamor, el amor… sólo pueden apreciarse verdaderamente en términos relativos. ¿De qué sirve ser feliz si no es con respecto a algo o a alguien? ¿De qué sirve cumplir un sueño si no se comparte? ¿Cuál es la utilidad de estar llena de amor si no es hacia alguien o hacia algo?

La vida, creo, es todo menos absoluta. La vida no es “mi vida”, no es lo que me pase a “mí”, no es lo que “yo” sienta, no es lo que “yo” piense. Todo lo contrario, la vida (mi vida) y todo lo que suceda en ella se define mediante relaciones. No se trata de un camino en el que se vaya sin compañía, sino de un largo sendero en el que se avanza junto con muchas otras personas, aunque no sean siempre las mismas. Eso que llamamos vida no es sólo nacer, alimentarse, crecer, reproducirse y morir (como nos lo enseñan en primaria), sino una serie de experiencias comunes que involucran a más de uno y que, definitivamente, los relacionan y afectan, de una u otra forma. Así, creo que en vez de llamar “vida” a eso que pasa entre el nacimiento y la muerte, puede ser más atinado llamarlo “el paso por el mundo”… así es como he decidido verlo.

El 2008 fue un año alegre, satisfactorio, lleno de amor y de enseñanzas, pero, también, triste, difícil, con lágrimas y lleno de retos. En un largo proceso de reflexión, decidí que todo lo que pasó (o no pasó) no me involucra sólo a mí, no es enteramente gracias a mí o enteramente mi culpa; se trata, más bien, de la forma en que decidí caminar, del recorrido que decidí seguir, de lo que decidí hacer, de lo decidí dejar de hacer, de lo que dije y lo que no dije, pero siempre frente al mundo, siempre frente a las personas y circunstancias que aparecían ante mí. Muchas veces sentí al mundo sobre mis hombros, sentí que conspiraba en mi contra; muchas veces sentí que el mundo se coordinaba para hacerme feliz. Siempre fui yo en el mundo… no sólo yo.

Y no digo que “el paso por el mundo” sea algo fuera de nuestro control, determinado, única y exclusivamente, por factores externos. Simplemente, es relativo. Es por ello que, con el impulso de seguir reflexionando en este 2009 que comienza, decidí abrir este espacio. No soy una persona de hábitos ni rutinas, puede que esto se quede con una sola entrada, pero no lo puedo saber. Sólo sé que esto es algo que quería hacer y que, por la forma en que me enfrenté al mundo en el último año (o la forma en la que el mundo se enfrentó conmigo), decidí que quería compartir aquellos pensamientos que entraran en mi cabeza en este camino que no dejo de recorrer.

Finalmente, seguiré diciendo que a veces el mundo conspira en mi contra, otras me apoya y siempre, junto con la persona más importante para mí, podré decir: tú y yo contra el mundo.