C'est moi



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martes, 22 de febrero de 2011

De espejos y mudanzas

A veces, lo más difícil en esta vida es que nos pongan un espejo delante y nos obliguen a mirarnos tal cual somos, con todas nuestras virtudes pero, especialmente, con todos nuestros defectos. Y cuando hablo de un espejo, no me refiero precisamente a ese cristalito que refleja una imagen, sino cuando alguien se da a la tarea de convertirse en nuestro espejo personal y reflejar nuestra realidad sin sutilezas ni apreciaciones subjetivas. No es fácil encontrar este tipo de espejos, ni mucho menos tener el valor de mirarse en ellos, pues es ahí en donde encontraremos nuestras mayores debilidades sin pizca de maquillaje.

Paradójicamente, ese momento en el que nos desnudan y nos ponen todas esas debilidades en frente termina por enseñarnos nuestras fortalezas, las cuales probablemente habíamos olvidado en algún cajón profundo. Por lo tanto, ponerse frente a esos espejos es más que necesario en la vida de cualquiera y, aunque no se trata de agradecer con todo el corazón las cosas que nos hayan dicho, vale la pena algún mínimo reconocimiento por las consecuencias positivas que saldrán de ello. Cuando nos sentimos perdidos, cuando alguna pieza del rompecabezas se rehúsa a aparecer, cuando los caminos parecen ser muchos, cuando la fuerza de voluntad se empeña en esconderse, cuando la confusión impide ver el faro que guía el curso, es cuando debemos tener el valor de buscar ese espejo, mirarnos profundamente en él, corregir lo que resulte equivocado y seguir andando hacia adelante. 

No hace mucho tiempo me topé con uno de esos espejos, un par de ellos tal vez, que decidieron ponerse en frente en momentos en los que estaba a punto de olvidar quién soy, qué quiero y hacia dónde voy. Repito: no es fácil, pero termina por ser refrescante: un balde de agua fría que despierta y sacude el hartazgo, los pretextos, la procrastinación y las dudas; un golpe a la cabeza que obliga a las neuronas a reaccionar y al espíritu a levantarse.

Desde hace un par de años tengo muy claras las metas que pretendo alcanzar en mi vida, sin embargo, hay veces en que parecen difuminarse un poco y se empeñan en confundirse, pixelearse, alejarse o, simplemente, aparecer como algo imposible. Pero me di cuenta de que han sido esas metas las que me han conducido hasta donde estoy ahora, las que me han motivado a no tirar la toalla en los momentos más difíciles y las que me han dado el coraje para vencer los obstáculos que se me han puesto en frente.

Ahora que me encuentro en el horno de cocción del liderazgo (sí, así he decidido bautizar lo que serán los próximos 10 meses de mi vida), tiene sentido aquella frase que alguna vez dijo Steve Jobs:

“You cant connect the dots looking forward, you can only connect them looking backwards. So, you have to trust that the dots will somehow connect in your future, you have to trust in something... because believeing that the dots will connect down the road will give you the confidence to follow your heart...”

Las últimas semanas han sido intensas y han implicado replantear muchas cosas a corto y mediano plazo, pero la cima y la montaña siguen siendo las mismas. Los puntos se siguen uniendo, tal vez de formas bizarras e incomprensibles, pero me queda claro que estoy siguiendo mi corazón y que dentro de diez, quince o veinte años que mire hacia atrás, todos estarán claramente conectados y el camino, que ahora parece tan retorcido y confuso, acabará por tener sentido.

Pasé toda mi universidad a punta de repetirme todos los días un par de frases. Tal parece que las dejé archivadas en algún lado durante los últimos meses, pero, afortunadamente, nada en la memoria humana puede guardarse bajo llave y perderse para siempre. Ese cajón está abierto de nuevo, hasta arriba del archivero y listo para seguir escupiendo las frases que motivan a siempre dar un poquito más en esta carrera que llamamos desarrollo profesional y que, al fin de cuentas, es la vida. 



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